o más probable es que el primer ministro británico no haya escuchado aquel estribillo de "yo para ser feliz, quiero un camión". De conocerlo, diría que más que camión, lo que quiere es camioneros. Y es que el Reino Unido lleva meses sufriendo desabastecimientos parciales por la falta, precisamente, de profesionales al volante. Gasolineras cerradas, cadenas de restaurantes y supermercados sin los productos que necesitan porque faltan unos 90.000 conductores. EEUU comparte este problema, llegando a cifrarse en unos 100.000 los camioneros que necesita. En España, la demanda estimada de chóferes es de 15.000 y subiendo, pues el 72% de los propietarios de la licencia correspondiente tienen más de 50 años. Fíjate tú, en plena lucha contra el transporte por carretera y en una transición que nos permita cuidar mejor el planeta, lo que hacen falta son transportistas. Para algunos la solución es sencilla: abrir la mano de las leyes migratorias que ahora no permiten que personas extranjeras accedan a estos trabajos. Para otros, la raíz del problema no es otra que la precariedad laboral que hace que no sea rentable ponerse al volante ni para los adultos, y menos aún para los jóvenes. Hasta donde un humilde conductor con permiso tipo B llega a ver, va a ser que hay un poco de las dos. Es objetivo que a esta Europa envejecida aún le cuesta ver la inmigración como una oportunidad, y no solo como una amenaza, y que presos de los prejuicios tendemos a poner pegas a ciertos extranjeros, hasta si vienen con trabajo. Pero también, que la precarización laboral llegó hace tiempo a los transportes. Puede que cada uno, desde el volante de nuestras vidas, en vez de mirar por la ventanilla de la indiferencia, debamos pisar el freno a nuestros miedos al migrante, y a dejar de creernos que sea justo que por cuatro duros nos traigan algo desde la otra parte del mundo.