ara muchas personas, no soy Iker sino, "el nieto de la Patro". El nieto de una mujer que durante años repartió y vendió periódicos y que hoy tiene el privilegio de escribir en uno de ellos. No soy el único. Otros muchos son conocidos por el negocio que sus antepasados tuvieron. La propia ministra de Exteriores, tolosarra ella, para mí es la hija de los dueños de la librería en la que compré mis primeros libros. Es normal que esos pequeños negocios nos permitan reconocernos, pues han sido y son el latido de nuestros pueblos y ciudades. Por eso, un domingo uno siente que algo falta cuando pone un pie en la calle. Por eso, al pasear por la noche, esta parece más oscura si cabe. Por eso, hace no tantos años, algunos insistían con prácticas mafiosas para que las tiendas estuvieran cerradas en sus días de huelga. Porque los pequeños comercios de los bajos de nuestras casas son, en buena medida, la banda sonora de la vida diaria. Una mezcla de sonidos que está en peligro. Un breve paseo por tus calles te permitirá confirmar cuántos locales están cerrados. Es muy probable que sean más que los abiertos. La tendencia es alarmante y, no es fruto solo de la crisis o de la pandemia. Es la consecuencia de nuestra forma de consumir. Empresas como Amazon nos ofrecen como cercano algo que está, la mayoría de las veces, en la otra punta del mundo. Y lo presentan como barato porque no dicen, ni la miseria que se paga al que lo produce, ni lo que están dispuestos a perder por acabar con los competidores, ni el coste para el medio ambiente que tiene por venir desde tan lejos, o con la rapidez con la que lo queremos, aunque la furgoneta haya venido solo con nuestro paquete. El poder que tenemos para decidir qué y dónde comprar, es en gran medida nuestro. No toca buscar excusas sino vías para ejercer nuestra responsabilidad y militar a favor de lo cercano y lo sostenible.