une no se lo pasó nada mal en el confinamiento. Fueron muchos días sin salir de casa y, para uno que salió a pasear a su perra, un municipal la mandó a casa porque tenía 12 años. Nunca lo ha reconocido, pero ya tenía ganas de ir al colegio. Las risas con sus amigas, las anécdotas diarias en clase y, hasta las cosas interesantes que le contaban los profesores, eran suficiente acicate para querer volver.

Los primeros días, ¡qué nervios! Incluso algo de miedo porque muchos decían que se contagiarían en clase. Muchas normas: distancias, mascarilla, no compartir, no salirse de su grupo-isla€ Estaba más concentrada en cumplir con todo aquello que en leer lo que la andereño Miren les ponía en la pizarra. Además, no entendía por qué los mayores se ponían tan serios y estrictos con los niños, mientras que luego, cuando volvía para casa, veía a muchos ahí, bien juntitos en los bares y las cafeterías, como si no hubiera COVID. ¿Sería verdad aquello que a veces pensaba de que los adultos eran de otro planeta?

Hoy el frío le ha dado los buenos días al salir del portal, y eso que al estar sentada en clase junto a la ventana, se le ha olvidado ya el calor del verano. Su aitona le esperaba en la calle. Este no ha podido darle un muxu como solía, pero sí una chocolatina. "Esto por lo bien que lo estáis haciendo con el virus. Mejor que nosotros". Al guardar el dulce regalo en la cazadora, casi se le cae el libro que escondía. "¿Y eso?", le ha preguntado. "Es que no estudio bien del ordenador y, aunque no se puede, me traje el libro de la ikastola. "Así que tú traficando con libros y yo con chocolatinas, ¿eh?", le ha dicho el aitona mientras soltaba una carcajada. Con una sonrisa cómplice tras sus mascarillas, June y su aitona se han despedido.

Para nuestros txikis y todas las personas que tan bien lo están haciendo en los colegios. Mucho que aprender de ellos.