n los últimos días se han conocido dos interesantes estudios. Por un lado, "la Caixa" ha analizado las necesidades sociales de la juventud para concluir que son el colectivo social por edad que en peores condiciones se encuentra: desempleo, trabajos precarios y muy difícil acceso a una vivienda. Así, la salida de casa de los aitas y desarrollar un proyecto propio de vida, son un sueño. Por otro lado, la Complutense ha publicado un estudio que concluye que gran parte de la desigualdad en España se explica por la herencia recibida, demostrando que influye mucho más en nuestra riqueza, el patrimonio con el que somos obsequiados por nuestros padres que los esfuerzos personales.

Sumando ambos estudios, el mensaje para la juventud es brutal. Les decimos que den lo mejor de sí mismos porque así serán dueños de su destino, cuando realmente hoy gran parte de él, según lo dicho, ya está escrito. El juego del ascenso social parece amañado para ellos. Lo tienen muy difícil y, más que sus esfuerzos, serán las circunstancias económicas de sus familias su principal ayuda. Por ello, urge replantear la forma en la que las políticas públicas ven a los ciudadanos. Superar su actual mirada que nos divide por colectivos con necesidades (niños, jóvenes, mayores€) y que activa recursos cuando ya tenemos esa necesidad, abocándonos a una batalla por el dinero público, entre esos colectivos (¿jóvenes versus mayores?). Debemos apostar por políticas de apoyo y cuidado no parceladas y, sobre todo, más preventivas, que tomen en cuenta toda nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos. Políticas que nos ofrezcan condiciones para que todos podamos decidir cómo queremos que sea nuestra vida en un marco de mínimo bienestar. Políticas, a fin de cuentas, que hagan que todos, también los jóvenes, puedan escribir su destino con tinta propia y no solo con la heredada.