No sé si enfocamos bien los debates sobre la transición energética, a la luz del rifirrafe que han mantenido el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, y la ministra del ramo, Teresa Ribera. Vaya por delante que opino que esa transición, entendida como descarbonización y desarrollo de una alternativa sostenible a la actual dependencia económica y social de los hidrocarburos, es una necesidad incontestable. Igualmente, entiendo que sospechemos que el responsable de un gigante de este sector no pierde de vista los intereses de su empresa cuando habla del asunto.
Pero, una vez sentados estos principios, también intuyo que la dificultad del proceso provoca valoraciones extremas. Siendo sinceros, no percibo que la urgente lucha contra el cambio climático tenga claras muchas más cosas que su diagnóstico actual y su estación de término. En ese sentido, reclamar una hoja de ruta clara y con memoria científica y económica me parece mucho más útil que dogmatizar con los procedimientos.
Por ejemplo: los vehículos de combustión son extremadamente contaminantes porque lo son sus combustibles, pero no sé si la solución es renunciar a la combustión si la ciencia nos permite reducir su impacto ecológico mientras desarrollamos y adaptamos nuestro entorno a un nuevo paradigma. Hay combustibles fósiles y sintéticos; hay formas de reducir las emisiones contaminantes de la combustión y también hay emisiones contaminantes en los procesos de electrificación. Hay energías limpias y energías eficientes y no son siempre lo mismo. Hay bienestar humano dependiente de la economía del carbono y, de su mano, amenazas evidentes a ese bienestar. Hay alternativas dolorosas –nuclear–, caras –electrificación– e imprescindibles –renovables– cuyo ciclo de implantación no sabe de nuestras prisas –no hay baterías ni materias primas para hacerlas a la velocidad que querríamos y al precio que las haría universales–. Veo un populismo negacionista e intereses económicos, pero también un populismo dogmático que acusa de negacionista al que pide aclaraciones. ¿Seré un terraplanista?