Lo más probable es que el nombre de Eva Justin no les diga nada. Y pensarán ustedes que estoy a punto de relatarles la historia de una persona excepcional. Pues no. Empezó siendo enfermera y llegó a ser doctora en antropología. Su especialidad fue el racismo científico. Sus trabajos contribuyeron a los crímenes nazis en contra de poblaciones sinti y gitanas. Los estudios en los que se basó su doctorado quebraron la regla más sagrada de la erudición. No apoyaba una hipótesis mediante pruebas rigurosas, sino que planteó su estudio de forma que los resultados apoyaran las teorías preconcebidas del régimen nazi, lo cual anuló por completo cualquier objetividad. Ya es atroz en el ámbito académico, pero su atrocidad superó con creces el ámbito académico.

Para realizar su “doctorado”, abusó de 39 niños como probetas para su tesis doctoral. Su tesis propugnaba que los gitanos no podían ser asimilados porque solían convertirse en seres asociales como resultado de su pensamiento primitivo. Por ello debían detenerse los intentos de educarlos.

Y sí, retrasó la deportación a los campos de la muerte de esos niños de los que se sirvió. Pero una vez obtenido el doctorado, esos chavales perdieron su utilidad. En mayo de 1944 esos 20 niños y 19 niñas llegaron a Auschwitz. Sólo cuatro de ellos sobrevivieron.

Supo mantenerse bajo el radar lo suficiente para pasar desapercibida frente a los grandes casos como los de Heydrich, Eichmann y Mengele. Sí llegó a ser procesada, pero le bastó con decir que ya no creía en esas ideas. Trabajó después como psicóloga para la policía de Fráncfort, e incluso llegó a ser asesora del sistema legal para casos de compensación para los sobrevivientes del Holocausto.

La banalidad del mal en estado químicamente puro. No es excepcional, no. Ayer y hoy. Alemania, Ucrania, Israel, en Palestina y acaso aquí algún día. Para que pueda haber Heydrichs, Eichmanns y Mengeles tiene que haber Justins. Y los hay. No tienen nada de extraordinario.

@Krakenberger