Con más o menos apuros, con más o menos variopintos pactos, la realidad es que desde que se implantó la democracia -o lo que haya en este país-, Andalucía ha sido gobernada por la izquierda si es que en ese espacio puede situarse al PSOE. Cuarenta años ha tenido este partido para cambiar las estructuras sociales, culturales y económicas de la autonomía más extensa y poblada del Estado. Sin embargo, la imagen que proyecta Andalucía sigue siendo irredenta, menos roja de lo que debería suponerse del supuesto granero de votos socialistas, sin liberarse de la sombra sospechosa de las peonadas costeadas con fondos públicos, ni de la picaresca estrenada por los Juan Guerra y prolongada por los subsiguientes aventajados discípulos que andan ahora por los tribunales.

Lleva lustros la derecha española en ofensiva permanente para acabar con esta especie de dolencia crónica de la sociedad andaluza sin lograrlo, pero esta vez parece haber decidido a echar el resto subida a la ola de las más rancias esencias. Lo que hasta ayer era un pulso a dos, una confrontación de dos siglas -PP versus PSOE-, ahora ha sido una acometida en bloque para noquear a una Susana Díaz que ya fue perdedora, sacudiendo también al monigote a quien consideran tambaleante en La Moncloa. La derecha ha olido sangre y está ávida de acometer con todas las armas a su alcance sin descartar, por supuesto, el juego sucio. O, para qué andarnos con rodeos, van a por todas prodigándose en el embuste y la trampa con el agravante de cuadrillaje, porque están decididos a sumar fuerzas.

Digo la derecha, o las derechas, porque creíamos que la derecha extrema, la ultraderecha, el facherío, no volvería porque nos vacunaron los cuarenta años de franquismo. Pero el virus se ha venido arriba. No se había ido, estaba agazapado en las siglas del PP, ese cajón de sastre en el que, difunto el dictador, se cobijaron unos pocos democratacristianos, unos cuantos liberales, algunos resentidos rojos de salón, una masa amorfa de asustadizos e ignorantes y, allá al fondo, cara al sol y haciendo guardia junto a los luceros, las centurias herederas de las estructuras franquistas, ya fueran políticas como los neofalangistas, neofascistas y ultras de cachiporra, ya sean económicas como los neoliberales, neooligarcas, terratenientes y aprovechados coyunturales de banca y de ladrillo.

En la campaña electoral andaluza apenas se ha hablado de Andalucía. Se ha hablado mayormente de Catalunya, de la España Una, de la bandera rojigualda y de a ver quién la tiene más larga en cuestión de patriotismo. Se ha hablado, cómo no, de la invasión de los migrantes, que vienen a dejar a los españoles sin trabajo. Cuando los primeros sondeos avisaron del avance al ultraderechista Vox, al PP le temblaron los belfos y Pablo Casado hizo sus cálculos: solo me falta que al primer capón, zurrapa. Un fracaso a la primera es un fracaso determinante. Y aquí el Cid Campeador no puede permitirse semejante frustración. En un primer momento, Ciudadanos hizo como que le importaba menos el tirón inicial del ultra Abascal, así que los de Rivera se hicieron los bizcos y comenzaron por negarse a llamar “extrema derecha” a Vox, ellos, ellos que no pestañean cuando llaman “extrema izquierda populista” a Podemos. A día de hoy, Casado y Rivera coinciden en calificar a Vox de “partido legal” con el que se puede pactar sin problemas. ¡Ay, las soflamas vociferadas cuando alguien pacta con EH Bildu?!

Andalucía bien vale un boñigal de fascistas. Andalucía bien vale una abstención cuando se vota una condena del régimen franquista. Andalucía bien vale abstenerse cuando se pide la exhumación de la momia de Franco. Andalucía bien vale frenarse en cualquier expresión que pueda enojar a los nuevos centuriones de Vox. Serán pocos o muchos, pero cuentan. O sea, cuentan con ellos, con los racistas, los que piden mano dura contra los sexualmente diversos, la disolución de las autonomías, la economía orientada hacia quienes más tienen, la educación prioritaria para una minoría, el ejército como solución para quienes se opongan, el fin de la libertad de expresión, la liberalización del suelo y la urbanización salvaje? O sea, lo que viene siendo Vox. Esa línea roja que PP y C’s están dispuestos a cruzar juntos para ganarse Andalucía.

Hoy saldremos de dudas, en cuanto los tres mosqueteros, Casado, Rivera y Abascal, declaren a píe de urna. Si se atreven a cruzar esa línea roja en Andalucía, no tendrán muchos problemas en asociarse de nuevo en próximos comicios. Y España sumará su fascismo a los de Trump, Le Pen, Bolsonaro, Orban y demás exponentes de la derecha extrema en este mundo enloquecido de fanatismo.