Apostar se ha vuelto algo normal.Dicen que el consumo no ha aumentadopero la oferta ya es apabullante.En cualquiera de nuestros pueblos haylocales de juego y si están es porque son rentableso esperan serlo. Si enciendes la televisióntoda una lista de tíos famosos te vendrána decir “eres un pardillo si no apuestas”.En segundo lugar, apostar y jugar hoyes mucho más fácil que antes. Tienes mássitios para hacerlo pero, sobre todo, ahoraestá Internet que nos brinda un acceso 365días y 24 horas. Es como estar en Las Vegaspero con tu móvil. Finalmente, este accesoademás es discreto, casi secreto. Nadie teverá como ese vecino que estaba pegado a lamáquina tragaperras del bar de abajo.¿Quién sabe hoy si yo me paso las nochesapostando en la cama?
No quiero generar alarmismo pero sí sientoque la popularización del juego, su accesibilidady discreción conforman un trío de asescon un potencial de riesgo social importanteque nos exige no perder un tiempo vital enmateria de prevención. De hecho, puestos aapostar, lo haría por que en cinco años losdatos de personas afectadas ya serán significativos.Es preciso ser conscientes e informarde su potencial adictivo, especialmentea los más jóvenes, y la administración debeser la primera ?nunca mejor dicho?, entomar cartas en el asunto. En el campo deldeporte también sería adecuado reflexionarsobre la unión que se hace de este con lasapuestas así como lo que supone ofrecer alas empresas que las promueven ser loshabituales espónsors de eventos y clubes.Me dirán que quién no ha jugado algunavez. Sin embargo, siento que estamos apostandodemasiado fuerte por el autocontrol.Lejos de demonizar esta actividad, no podemosquedarnos solo en eso de “juega conresponsabilidad” porque todos sabemos quequeda bien como lema políticamentecorrecto, pero luego somos como somos.