Cierro la puerta del coche. Antes dearrancar escucho: “Aita jarri reguetón!!Mi hijo sabe que tiene la partidaperdida ante la persistencia inquebrantablede su hermana. Yo también. Es lo quetiene fomentar eso del espíritu crítico y quepersigan sus sueños: que luego tu hija conocho años es del 15-M (y en el fondo meencanta). Y pongo reguetón. Lo admito: amí también me gusta algo. Todos no somosXabi Alonso escuchando música. Perocomo aita, pues le das una vuelta a la músicaque les pones. Más los aitas de ahora,que tenemos que ser padres de Concha deOro. Y con el reguetón me surgen mildudas porque algunas letras se las traen.Lo digo y no me siento censurador franquista.Así, leo que este verano la canciónmás escuchada en Spotify ha sido en EspañaSin pijama. Ya la conocía porque mi hijala había canturreado. Veo el videoclip. Nada nuevo. Lo cual no reduce la gravedad.El porno que miraba en revistas con quinceaños hoy es un vídeo musical. Pero la letrada para mucho. Solo algunas perlas: “Nosquedamos en la cama sin pijama” (no busquesrimas de la Generación del 27, ¿vale?);“me manda foto fotico, enseñando todotodito”; y vamos subiendo, “fumamos marihuanaen la cama” y “siempre he sido unadama pero soy una perra en la cama”.Toma eso. Aunque lo censure en mi coche,mis hijos seguirán sumergidos bajo el tsunamide la contradicción: educación envalores en el cole; relaciones de respeto eigualitarias en casa (creo que muchos tíosestamos en ello) pero en la calle y, más enInternet, justo lo contrario. Tirando de lasrimas facilonas que se gasta este estilo demúsica, negar el reguetón no es la solución.Tenemos que saber qué ven y quéescuchan y, sobre todo, dialogar con ellossobre qué es lo que no nos gusta y por qué.Y cómo no, “cuando no se puede hacer,siempre se puede dar ejemplo”.
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