los estudiosos de la historia del pasado siglo reconocen el fenómeno llamado “aceleración histórica” como el más característico de un tiempo de violencia, turbulencias y guerras devastadoras. Este agitador vivir, este acelerado tiempo en el que ocurren hechos y mutantes procesos a la velocidad del rayo, nos impide calibrar lo que realmente está ocurriendo a nuestro alrededor o a miles de kilómetros, por mucho que insistamos en la realidad de aldea global para definir comunicativamente estos apresurados momentos mediáticos de nuestro diario sin vivir.
La presencia de los medios en nuestra ajetreada vida, desde el despertar y hasta volver a casa exprimidos y agotados, es una constante intensa, variable, y caracteriza al homo sapiens actual.
Nuestra visión de la realidad sería bien distinta si no tuviéramos el bombardeo continuo de los medios más internet, que convierten nuestra vida en gigantesca esponja que apenas puede absorber el caudal de acontecimientos que se recogen en soportes metidos en loca carrera por audiencia, influencia y negocio.
Los medios son semejantes en importancia e interés y, en ocasiones, complementarios para el atribulado ciudadano que tiene que absorber nombres, sucesos y procesos a velocidad del rayo, ofrecidos por periódicos, radios y teles que forman una tupida red comunicativa con el inestimable empuje de poderosas redes sociales, crecientes y muy presentes en el devenir del ciudadano común y anodino, empujado por una marea sin fin.
Esta intensidad social convierte al sencillo espectador en cáscara de nuez en medio de tormentas informativas, que trasladan imagen, interpretación y determinada visión de la auténtica realidad que nos agobia en esta estresante existencia que nos ha tocado soportar, marcada por los medios y sus derivadas sociales y culturales.