Síguenos en redes sociales:

Donostia: ágora de la ciencia

Donostia: ágora de la ciencia

el catedrático de Física de la Materia Condensada de la UPV/EHU y presidente del Donostia International Physics Center (DIPC), Pedro Miguel Etxenike, tenía como objetivo hace 16 años cuando puso en marcha esta institución, -que es un magnífico ejemplo de lo que puede ser la colaboración público-privada-, colocar a la capital donostiarra como una ciudad de ciencia reconocida internacionalmente. Y a fe que lo ha conseguido, cuando la Sociedad Europea de Física (EPS) acaba de reconocer al DIPC su destacada contribución en el mundo de la física de la materia condensada y la ciencia de los materiales y, en particular, sus importantes y exitosas actividades dirigidas a la divulgación de la ciencia.

Donostia no solo es la ciudad de la ciencia, sino que la ciencia forma parte consustancial de la ciudadanía como lo acabamos de ver con la importante afluencia de público que se ha registrado en el teatro Victoria Eugenia de Donostia durante los cinco días que ha durado el festival Passion for Knowledge. No es normal que en este tipo de actos la asistencia supere las 500 o 600 personas, incluso en países con una mayor tradición científica. Un evento que ha reunido a cuatro premios Nobel y a lo más granado del mundo científico mundial para dar a conocer la importancia que tiene la ciencia en el desarrollo de las personas que luego tiene su traducción en su progreso social y económico.

“Cuando la ciencia, el hecho científico, el pensamiento crítico, la pasión por el conocimiento entran por la puerta, la intolerancia y el fanatismo salen por la ventana”, afirmó Pedro Miguel Etxenike en la inauguración del festival Passion for Knowledge para poner de relieve el valor que tiene la ciencia como un instrumento de enorme importancia para el desarrollo humano. Una herramienta que pivota su actividad sobre unos ejes tan importantes como son la internacionalización, es decir, su universalización, la amplitud de miras, el planteamiento crítico y un escepticismo, que planteado desde un punto de vista filosófico, nos hace ver que todo está abierto y por descubrir.

Por eso, Pedro Miguel Etxenike suele decir con alguna frecuencia que “una sociedad científicamente informada es más culta y por lo tanto más libre, capaz de tomar las decisiones correctas, -que tendrán un alto componente de ciencia en el futuro-, y menos susceptible de manipulación por grupos de presión”.

Esta es la obsesión de un gran científico como es Pedro Miguel Etxenike que de no haber optado por quedarse en este país, -del que fue consejero de Educación en el primer Gobierno Vasco, constituido con la recuperación de la democracia-, y estar empeñado en desarrollar un proyecto de investigación y ciencia desde unos niveles de excelencia e internacionalización, hubiera sido un reconocido investigador en universidades como Oxford, Cambridge o en cualquiera de las referentes mundiales que se ubican en Estados Unidos.

El festival Passion for Knowledge también ha servido para contraponer el valor que la sociedad tiene de los científicos y la importancia que da a otras formas del conocimiento como puede ser el cine, -sin hacer referencia al mundo del deporte, en concreto, del fútbol porque ese sería otro debate-, sobre todo cuando ese evento y el Zinemaldia se han celebrado de manera concatenada y han compartido una de las sedes y su entorno.

La sencillez y la ausencia de vanidad que significa saber que el conocimiento es un camino por descubrir de manera permanente hace que premios Nobel de Química como Dudley Herschbach y Martin Kaplus o de Física, como Klaus von Klitzing y Claude Cohen-Tannoudji, junto a una gran pléyade de científicos e investigadores en disciplinas tan diversas como la astrofísica, la biología y las matemáticas, se hayan paseado estos días por el mismo entorno que una semana antes lo hicieron Richard Gere y Sigourney Weaver sin que a nadie se le haya ocurrido poner una alfombra roja, ni organizar el glamour que proporcionan las pasarelas y los focos, ni la presencia de cazautógrafos a la entrada del teatro. Y todo ello con un presupuesto infinitamente más reducido del que dispone el Zinemaldia.

Hace falta un cambio social por el que los ciudadanos puedan apreciar la ciencia y la tecnología tanto como el cine o el fútbol, por poner dos ejemplos. La socialización del conocimiento va a atraer consigo un mayor compromiso de los ciudadanos por la ciencia.

Salvando las distancias, afortunadamente, las estrellas del celuloide poco tienen que ver con las de la ciencia, pero la contraposición viene a cuento para que en este país se apueste de una manera decidida por la ciencia, -de la misma forma que se ha hecho con otras actividades-, con carácter estratégico y permanente con el fin de asegurar una continuidad de futuro y garantizar la financiación de los actuales proyectos, así como los venideros.

Hay que desterrar la idea de que la inversión en investigación no solo debe tener retornos en el corto plazo en sus potenciales aplicaciones tecnológicas, sino también se debe partir de la creencia de que los mayores avances científicos, -y también el máximo beneficio económico-, han sido consecuencia de permitir que los científicos puedan trabajar en libertad, sin corsés financieros o burocráticos y sin tener idea del servicio o utilidad que en el futuro puedan tener sus descubrimientos.

La historia de la ciencia demuestra que casi todos los descubrimientos más importantes no tuvieron su origen en sus posibles aplicaciones tecnológicas porque lo que motivaba a los investigadores no era la utilidad práctica, sino la pura curiosidad. Hay que tener en cuenta que los descubrimientos científicos pueden tardar tiempo en convertirse en aplicaciones útiles, pero cuando lo hacen el impacto que tienen en el desarrollo y progreso de la sociedad es importantísimo.

En este sentido, hay que destacar que los físicos que descubrieron el láser no lo hicieron para escuchar música en un CD, sino porque estaban interesados en el comportamiento de los átomos en un estado cuántico. Lo que en un principio parecía un descubrimiento inútil se ha convertido con el tiempo en generador de una gigantesca industria en el mundo. Se calcula que el 30% de la economía mundial está relacionada con la física cuántica, que es una actividad abstracta.

La inversión en investigación, aunque puede parecer un lujo frente a otras necesidades sociales, debe ser prioritaria para el futuro de un país que tiene en el DIPC un referente internacional con vocación mundial. Y para ello, la excelencia, la libertad, la internacionalización y la continuidad en la disposición de recursos en el tiempo deben ser los ejes de una política científica que sea capaz de atraer a la investigación al mayor número de talentos. En este campo, la educación y la universidad juegan un papel importantísimo a la hora de atraer a los jóvenes a la ciencia y crear nuevas generaciones de investigadores que garanticen mayores avances y una continuidad en el tiempo. Alguno podría afirmar que la investigación es muy cara y que es prioritario destinar los escasos recursos públicos a políticas sociales, pero más caro para un país es no contar con investigadores.

Lo que está claro es que la ciencia genera riqueza y posiciona a un país entre los más desarrollados del mundo al margen de su dimensión. El Instituto Weizmann de Israel, que cuenta con 250 grupos de investigación en medicina, tecnología y medio ambiente, ha conseguido unos beneficios de casi 30.000 millones de euros.

Salvando la distancia, el DIPC ha sido visitado desde el año 2000 por 2.600 investigadores, de los que 21 han sido premio Nobel, y ha publicado un total de 2.700 artículos en revistas y publicaciones científicas internacionales sobre su actividad en el campo de la física de materia condensada, materiales, química y nanociencias. Esta experiencia le ha convertido en catalizador de nuevas iniciativas como es la creación del CIC Nanogune, -donde han surgido empresas como Graphenea-, que desarrolla todo lo relacionado con la nanotecnología, y del Centro de Física de Materiales, en colaboración con el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Todo un ágora del conocimiento que requiere el mayor impulso para convertir este país en una referencia mundial en ciencia e investigación.