Como no levanto mucho los pies, cuando camino por la calle me tropiezo con cualquier baldosa que sobresale ligeramente del suelo. Estoy yo como para disputar la Behobia-San Sebastián. Quizás sería más fácil si la hiciese rodando, aunque alguno me tendría que empujar de Gaintxurizketa para arriba. Lo de bajar ya, es cuestión de gravedad y de la resistencia de la superficie al viento. Todavía este lunes, 24 horas después de haber cruzado la meta, se pudo ver paseando por la capital a felices participantes con la medalla que certifica que han hecho lo que sea que se hace en una prueba de este tipo que, supongo, es llegar del punto A al punto B sin morir. He intentado muchas veces hacer algo que se asemejase a correr y siempre he preferido que me pegasen un tiro en la rodilla. Decía un profesor mío que trotar era de cobardes, siempre me he justificado en que nunca ha habido un tigre que me persiguiese y, por no arrancar, dejo hasta que los autobuses se me escapen. Aunque bueno, lo de colgarnos las medallas y sacarnos selfies, eso lo hemos hecho todos. Imagino que la experiencia de que estos emblemas cuelguen durante las horas o días siguientes, no es muy distinta de esa de los acreditados del Festival que, como en aquella viñeta, se duchan hasta con ella. Pero no lo sé, porque jamás se me ocurriría inscribirme en una carrera para comprobarlo.
- Multimedia
- Servicios
- Participación