Sucede con una cruel regularidad, con una reiteración solo soportable por los más pobres de la tierra. Los más de 150.000 saharauis refugiados en los campamentos de Tinduf, en el rincón más pedregoso e inhóspito del desierto argelino, han dejado ya de lamentarse por las inundaciones que hace quince días arrasaron sus jaimas y chozas de adobe, para reconstruir siquiera de forma precaria lo que arrasaron las riadas. Ni están acostumbrados, ni están resignados a la desgracia. Simplemente, los refugiados saharauis, hombres, mujeres y niños, están plantando cara una vez más a la fatalidad que les persigue desde hace cuatro décadas.
Desde el primer año en que el Ayuntamiento planteó a las familias donostiarras la posibilidad de recibir en verano a niños y niñas saharauis, tuve el honor de acoger en mi casa durante cinco veranos a chiquillas procedentes de las distintas dairas, especie de departamentos administrativos que configuran el yermo territorio que Argelia asignó a aquellos saharauis, desalojados con violencia de su país y que llegaron huyendo de la feroz persecución de las tropas ocupantes de Marruecos. Aquellas niñas nos enseñaron mucho a mí y a mi familia. Nos dieron ejemplo de dignidad, de entereza, de austeridad, de convicción y de gratitud. Aquellas acogidas veraniegas tuvieron un alto valor pedagógico para nuestra familia.
A su manera, y según habían oído de sus padres y sus abuelos, nos relataron las penalidades por las que pasó el pueblo saharaui desde que los invasores marroquíes les arrebataron casas, comercios, tierras y enseres, la trágica huida desierto adentro acosados, ametrallados, diezmados, en su vagar incierto hasta llegar a territorio argelino. Relataron, también, su orgullo liderado por el Frente Polisario, gracias a cuya combatividad y convicción su pueblo fue y aún es respetado.
Más allá de la memoria épica, más allá del anecdotario, siempre será un deber de justicia levantar la voz para denunciar una ignominia que dura ya cuarenta años. Los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf y la desigual lucha clandestina surgida en el que un día fue su propio país hoy ocupado, nos interpela a todos los que creemos en la democracia, la justicia y la libertad de los pueblos.
Las nuevas generaciones quizá ni sepan que hasta hace 40 años lo que ahora se denomina Sáhara Occidental que fue anexionado por Marruecos por vía de ocupación, era la provincia española del Sáhara. En términos del patriotismo de que actualmente hacen gala los principales partidos políticos y los poderes fácticos españoles, aquel territorio africano era “un trozo de España”. Sus habitantes eran ciudadanos españoles que recibían su DNI español, su pasaporte español y su libro de familia español. Por supuesto, aquella supuesta españolidad irrenunciable, como ocurre hoy en Catalunya o Euskal Herria, era solamente a efectos administrativos porque sus escasos 70.000 habitantes en su mayoría no se sentían españoles sino saharauis y se habían constituido en República Saharaui Democrática, ilegal y perseguida, por supuesto.
Los mismos que hoy claman por negar el derecho a abandonar un Estado unitario e indivisible, miraron para otro lado cuando la Marcha Verde marroquí invadió aquella provincia española y desalojó por la fuerza a sus ciudadanos españoles. El patriotismo de boquilla disimuló acojonado mientras el dictador agonizaba y la potencia militar marroquí amenazaba con extender su expansión a Ceuta y Melilla. España, la responsable colonial, se limitó a lavarse las manos y dejar el asunto en manos de las Naciones Unidas mientras los saharauis fugitivos eran masacrados.
Los mismos que hoy apelan al cumplimiento de las leyes, ni se inmutan ante el quebrantamiento permanente de las resoluciones reiteradas de Naciones Unidas, que desde 1982 decretaron la celebración de un referéndum de autodeterminación. Nunca se celebró. Nunca los sucesivos gobiernos españoles exigieron ese referéndum, limitándose -cuando mucho- a reclamar con la boca pequeña garantías para su celebración. La ley no se cumple, pero no importa. Cosas de la geopolítica. Con Marruecos más vale no reñir, han venido decidiendo desde la Moncloa, o desde Génova, o desde Ferraz. A lo más, “al alba y con viento duro de levante”, se reconquista el islote Perejil para a la media vuelta volverse a besar en la boca Madrid y Rabat.
De vez en cuando la persecución implacable a la que Marruecos somete y tortura a la resistencia saharaui, o la naturaleza asuela de nuevo en inundación o en sequía los frágiles campamentos de Tinduf. Entonces, y por unos días, la atención mediática recuerda que ahí siguen malviviendo los 150.000 refugiados que sueñan con volver algún día a su país, a su tierra de la que fueron violentamente desalojados. Mientras tanto, olvido, amnesia e indiferencia.
Y son ya 40 años. Solo la dignidad, el orgullo y la convicción que nos transmiten aquellas niñas -hoy mujeres- con las que convivimos durante cinco veranos, nos contagian la esperanza en que habrá un mañana saharaui en libertad y en la tierra que siempre fue suya.