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Los cuatro del “taco”

Es imprescindible fortalecer nuestras estructuras cooperativas para que se involucren a lo largo de toda la cadena alimentaria

Si algo me ha enseñado la crisis son principios tan básicos como que la austeridad es un modo de vida donde lo superfluo debe relegarse o eliminarse para poder mantener lo verdaderamente fundamental y en segundo lugar, que en este puñetero sistema en el que vivimos mandan los cuatro de siempre.

Me explico. La austeridad, no tal como la entienden ni Mario Draghi ni Mariano Rajoy, no es recortar cuestiones básicas como la educación, sanidad, pensiones o reducir al mínimo minimorum los derechos de los trabajadores, sino tal como dice mi amiga Kontxi de Lastur, -a la que mando un fuerte abrazo porque sé que anda bastante pachucha-, es reducir los gastos superfluos, sacar el máximo jugo a sus propios recursos, reutilizar lo teóricamente desechable, realizar previsiones para el duro invierno y, resumiendo, sacar dinero donde no lo haya.

Con respecto a la segunda cuestión, convendrán conmigo que si bien hace unos años, cuando todos vivíamos alelados y maravillados en la época del “bombón”, -ya lo dice el dicho popular en Dagoenean bon bon, ez dagoenean egon-, todos nosotros pensábamos que no ocurría nada con que cuatro señores o empresas mangoneasen todo mientras nosotros pudiésemos seguir formando parte de lo que se llama clase media. Ahora, con la crisis azotando unos cuantos años y con el fin del oxigeno del crédito que insuflaba artificialmente nuestros sueños, nos hemos caído del pino, -con permiso de los ecotalibanes, claro-, hasta el suelo de la cruda realidad y convencido que, salvo cuatro que les ha ido bien, el resto de la sociedad está conformada por una clase baja (obreros, empleados de servicios, baserritarras, etc.) mayoritaria y por los cuatro del “taco” que, casualmente, son los mismos o descendientes de los que tenían pasta.

Algo similar ocurre en el mundo de la agroalimentación donde una docena de megaempresas gobernadas por una mescolanza de fondos de inversión mangonean en gran parte lo que comemos los ciudadanos de la base y así lo refleja un informe de Oxfam Intermon, que habla de que vivimos en este mundo con 7.000 millones de consumidores y 1.500 millones de productores donde son apenas 500 empresas agroalimentarias las que controlan el 70% de la oferta de alimentos. No contentos con eso, podemos santiguarnos al comprobar que las diez empresas mayores (Associated British Foods, Coca-Cola, Danone, General Mills, Kellogg, Mars, Mondelez International (antiguamente Kraft Foods), Nestlé, PepsiCo y Unilever ) generan en conjunto unos ingresos de más de 1.100 millones de dólares al día y dan trabajo a millones de personas, de manera directa e indirecta, en el cultivo, procesamiento, distribución y venta de sus productos, representando aproximadamente un 10% de la economía mundial. Ahí es nada.

Como se podrán imaginar ante este panorama alimentario poco puede hacer nuestro sector agrario y alimentario conformado por pequeñas y medianas explotaciones cuyo producto, principalmente, se comercializa directamente al expendedor (comerciante, hostelero, carnicero, frutero, etc.) o al propio consumidor y cuando aquellas producciones cuya transformación y comercialización se vehiculiza a través de cooperativas, éstas, salvadas las excepciones, son diminutas y con estrategias comerciales, en muchos casos, divergentes.

La cooperativa láctea Kaiku con 65 millones de euros de facturación es la principal cooperativa vasca junto con la cooperativa cerealista Garlan, con unas ventas de 64 millones, la cooperativa patatera Udapa que factura 17 millones , la cooperativa elaboradora de pienso Miba (15,3 millones) y la también cerealista Sagral (14,5 millones) conforman el TOP-5 de nuestro diminuto cooperativismo. De esos cinco para abajo, tenemos una interminable lista de cooperativas que se resisten, como gato panza arriba, a cualquier proceso de crecimiento bien sea vía incorporación de nuevos productores a las actuales estructuras bien sea mediante el acuerdo, integración, colaboración o fusión de las cooperativas actuales.

Por ello considero que viene como anillo al dedo, el acuerdo adoptado en la Conferencia Sectorial de Agricultura del Estado aprobando un Plan Estatal de Integración Asociativa 2015-2020 que, continuando con la iniciativa iniciada por el exministro Cañete tiene como objetivo fomentar la integración de los productores en sociedades cooperativas agroalimentarias, en organizaciones de productores u otras entidades asociativas en el ámbito agroalimentario. Asimismo trata de favorecer la agrupación de los primeros eslabones que conforman la cadena alimentaria, mediante la integración de las entidades asociativas, o su ampliación con el objeto de favorecer su redimensionamiento, mejorar su competitividad y contribuir a la puesta en valor de sus producciones.

La realidad es tozuda y la del mercado real, aún más, por lo que ante la cada vez mayor concentración del sector industrial de iniciativa privada junto con la imparable concentración del sector de la distribución así como los nuevos hábitos de los jóvenes expendedores (pequeñas tiendas integradas en red, carnicerías ligadas a mayoristas, etc.) y de los consumidores hace más imprescindible que nunca la necesidad de fortalecer nuestras estructuras cooperativas y que se involucren a lo largo de toda la cadena alimentaria para que los productores de la base puedan recuperar, vía retornos, lo que el precio por producto es incapaz de remunerar.

Personalmente, soy de la opinión de que Kaiku debe ser el embrión de una potente cooperativa ganadera que integre diferentes especies ganaderas donde sean capaces de colaborar, integrar estructuras, trabajar en conjunto y explotar las sinergías logísticas y comerciales que dicho panorama plantearía en el momento de abordar los diferentes nichos que alberga el mercado, principalmente, vasco. Aún así, conscientes de que habrá numerosos contrarios a la idea, estimo que es el momento oportuno para fortalecer e impulsar nuestras cooperativas.