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Contrato social y política

Merece la pena dar una nueva oportunidad a la política y a los políticos para resolver los problemas que ha creado la propia política. La regeneración democrática debe comenzar por asumir que prescindir de la política nos arrojaría al foso medieval de las tinieblas totalitarias. Una sociedad abierta, libre, responsable, madura, democrática y plural necesita más que nunca a los políticos, necesita recuperar la ilusión por la política, necesita creer que un nuevo tiempo es posible sin derogar las bases de nuestra convivencia democrática, asentada en los partidos como cauce de expresión fundamental, no única, de la voluntad popular. La militancia, el compromiso, la suma de compromisos individuales, las aportaciones ideológicas, la formulación de propuestas deben fluir por encima de las viejas camarillas, deben abrir sus puertas a la labor creativa de una sociedad civil a la que también pertenecen.

Ante el horizonte de unas nuevas elecciones cobra furor entre las organizaciones políticas la idea de reafirmar el compromiso con los electores, de suscripción de un contrato social entre votantes y elegidos, de rendición de cuentas y adecuación del ejercicio de la política a los postulados electorales fijados en los programas de los partidos.

La retórica es la técnica de la persuasión. El gran maestro del arte retórico fue Aristóteles, y en nuestro siglo XXI, sin duda, Obama se ha convertido en un consagrado líder de esta técnica de comunicación; pero hace falta ser Obama para que, gracias a su carisma, a su gran cautivadora oratoria y a su liderazgo su discurso no suene a algo hueco, demagógico y vacío de contenido.

La técnica retórica enseña a encontrar las opiniones en las que coinciden la mayor parte de los agentes implicados en la gobernanza y tiende a obtener consenso. Cosa distinta es la credibilidad de ese discurso, porque estos neologismos, estos vocablos posmodernos (heredados de clásicos ilustrados como Rousseau, que en 1762 nos habló ya de contrato social) tratan de generar en el imaginario colectivo del pueblo (o de los ciudadanos, en la terminología aséptica empleada por el discurso dominante en los medios) la sensación de catarsis, de la llegada casi mesiánica de nuevos liderazgos para un nuevo tiempo.

Para que ese pretendido “contrato social” reúna la equidad contractual necesaria, para que no sea abusivo ni leonino, para que no sea un mero pacto de adhesión unilateral, debe mirar a toda la sociedad vasca, al deseo mayoritario de tender, de verdad, puentes entre diferentes. Volviendo al histórico creador del concepto, Rousseau, cabe recordar que acuñó el concepto de “voluntad general” y sentó dos columnas sobre las que asentar el poder político: la soberanía del pueblo y la legitimación del derecho a través de la voluntad general. Extrapolemos ahora estas dos premisas a las próximas elecciones y pensemos si la firma del contrato propuesto por cada formación política merece o no la pena. Por encima de retórica, más allá del recurso a la épica en el lenguaje político ha de apreciarse la sinceridad, la honradez, la coherencia, la ética (pública y privada), la confianza, la humildad, la constancia, la sinceridad, la disciplina, la responsabilidad, la dedicación y la capacidad de trabajar por y para el acuerdo. Estos valores no dependen tanto de siglas como de candidatos. Las elecciones forales y municipales van a acentuar el personalismo en la política, porque acercan el candidato a la ciudadanía. Y un gesto de normalidad democrática ha de ser poder juzgar y valorarles por encima de las respectivas opciones políticas que representan; reflexionar y elegir pensando en las personas, en su dimensión ética, personas que dan el paso a la política y que han de seguir siendo creíbles, apostando por la defensa de la res publica, sacrificando privacidad y vida anónima por la exposición a la crítica y al debate social. Demos un voto de confianza a la política. Pese a todo, merece la pena para hacer entre todos una sociedad más justa y más democrática. Y votemos, por encima de inercias y de modas, atendiendo a lo que está en juego y a lo que cada candidato o candidata nos aporta.