¡Que vienen los vascos!
eS de suponer que los dirigentes del Régimen navarro, los mismos que han campado a sus anchas durante las últimas décadas por todos los espacios de poder en la Comunidad Foral, se encuentren en un cierto estado de estupefacción ante el comportamiento insólito de la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Pamplona.
Es también de suponer que Yolanda Barcina, actualmente máxima representante de esa clase dirigente, dedique sus momentos de solitaria intimidad a hacerle el vudú a la magistrada María Paz Benito, que no se amilanó a la hora de empapelar a lo más granado de los poderes fácticos de UPN, sino que ha tenido arrestos para ponerle a ella, nada menos, a los pies de los caballos del Tribunal Supremo por si tuviera a bien tomarle declaración como imputada por tratarse de persona aforada.
La presidenta de UPN y del Gobierno de Navarra, según la tenaz jueza, habría podido cometer un delito de cohecho impropio que, traducido al lenguaje vulgar, no es otra cosa que apropiarse de una importante cantidad de dinero de Caja Navarra mediante un sistema tramposo, de tapadillo y en cuadrilla. Delito, hay que subrayar, no reconocido por el fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Navarra, siempre dispuesto a prestar un servicio al poder local.
No voy a describir aquí, por demasiado conocida, la trampa que ideó -ya veremos quién de ellos- la banda de los cinco para engrosar sus sueldos a cuenta de los fondos de la CAN. Los compañeros de Diario de Noticias prestaron a la sociedad navarra el impagable servicio de dar a conocer la presunta estafa, y la bola comenzó a rodar hasta el último auto judicial que cierra la escapatoria a Barcina. Ella, toda digna, echó ayer mano del manual para defenderse atacando, aunque quedó claro que su ataque fue un quijotesco alancear de molinos de viento, una ridícula autodefensa apelando al viejo espantajo de "¡que vienen los vascos!".
Yolanda Barcina prefirió no recurrir a los argumentos, ni siquiera a la imaginación. Como sabía que nadie cree en su historia de que fue ella quien suprimió las suculentas dietas fantasma, como sabía que si las suprimió fue porque la prensa las había descubierto, como sabía que tras suprimirlas se subió el sueldo un 33% para compensar, como sabía todo ello, invocó al rancio fantasma de la invasión de los vascos.
Hay que reconocer que esa artimaña le ha venido funcionando a UPN desde su fundación por Jesús Aizpún en 1979. Más aún, el rechazo al nacionalismo vasco y a cualquier expresión de lo vasco está en el ADN del partido regionalista. Es una mezcla de complejo de inferioridad, quizá hasta envidia, y prepotencia de vencedores. En UPN anidaron los restos del espíritu requeté, del más rancio guerracivilismo falangista, del españolismo reaccionario y del integrismo nacionalcatólico. Con esos mimbres se tejió el Régimen bajo el manto de la "Navarra foral y española" que prosperó hasta hoy, levantando muros de incomunicación y hostilidad ante un imaginario pero rentable pavor a ser invadidos por los vascos, como si los navarros no lo fueran. Siempre han obviado que la única invasión real a Navarra la protagonizaron las tropas de Castilla.
Yolanda Barcina, cuya ideología política no va más allá de aferrarse al poder venga de donde venga y sirva a quien sirva, una vez más ha apelado al surrealista imperialismo vasco para desviar el tiro. Identificándose con la Navarra de todos y con un estilo burdo de soflama, ha pretendido soliviantar a lo más cerril de las bases de UPN, a quienes desde el 36 se ha venido adoctrinando en su españolidad pendenciera, a quienes han embarullado con los supuestos ataques del bizkaitarrismo invasor entreverado de terrorismo etarra, a quienes todavía enciende el ánimo cualquier alusión a la quiebra de su navarridad imperial.
Por extraño que parezca, esa invocación a la defensa de Navarra le ha servido a UPN para sumar los votos suficientes para imponer su doctrina y su Régimen. Yolanda Barcina, quizá sin darse cuenta de que muy poco a poco se está produciendo un giro social que podría propiciar un cambio, ha preferido el piñón fijo y ha pretendido ocultar su responsabilidad en una de las mangancias más sonadas de los últimos tiempos, bajo la capa amenazante de los que quieren acabar con Navarra a cuenta de su quimérica Euskal Herria. Quimera, por cierto, a la que gran parte de los navarros están orgullosos de pertenecer.
A Barcina, la verdad, "la identidad propia de Navarra" le importa poco. Le interesa mucho más salvaguardar su propia imagen, proteger su carrera política y asegurar su próspera estabilidad económica. Para ello integró la banda de los cinco, disimuló las prebendas cobradas y ha desviado la atención de sus trapacerías convocando a rebato contra los enemigos de Navarra.
Y para que funcione mejor su arenga, la culpa de todo la tiene Bildu. Mentó a la bicha.