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Aprender a convivir

Era previsible que el final definitivo de la actividad armada de ETA, independientemente de cuáles hubieran sido sus motivos, no iba a ser suficiente para que la sociedad vasca retomara su pulso con normalidad. Las heridas han sido demasiado profundas, las actitudes demasiado crispadas como para pasar página de un día para otro. Es muy posible que los azares de la historia nos hayan castigado con una crónica convulsa para nuestra convivencia, pero nos merecemos un baño de realismo que vaya dejando atrás las barreras dogmáticas y los rencores atávicos que a veces nos convierten en una sociedad enferma.

Estamos obligados a aprender a convivir, pero también a afrontar una asignatura endiabladamente difícil porque esa convivencia no puede consolidarse como si nada hubiera ocurrido. De hecho, mientras no aprobemos esa complicada asignatura seguiremos con nuestra particular forma de interpretar la historia y la memoria. Seguiremos, por tanto, sin avanzar en nuestro aprendizaje.

En este sentido, comprobamos que cada vez que se ha venido proponiendo alguna iniciativa que pudiera reconducir nuestra convivencia, llámese Conferencia de Aiete, Ponencia de Paz y Convivencia del Parlamento Vasco, Foro Social de Lokarri, Plan de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco, Plan de Convivencia de la Diputación de Gipuzkoa, cualquiera de los proyectos conocidos en este sentido han sido recibidos con recelo cuando no rotundamente rechazados por alguna de las partes.

Y para no confundir, las partes que con más contundencia han solido manifestar su rechazo han sido la izquierda abertzale cuando la iniciativa viniera de las instituciones vascas y la derecha española venga la iniciativa de donde venga. Ha habido en estas actitudes de rechazo no poca soberbia, buena parte de intransigencia y una peligrosa carga de endogamia. Casi siempre es más fácil que los ciudadanos particulares convivan entre diferentes, incluso de sensibilidades políticas opuestas, incluso pasada página de antiguos agravios, todo ello es más fácil que lleguen a firmar acuerdos los políticos que les representan.

De todas formas, es esperanzador comprobar algunas señales de que existe en el conjunto de las fuerzas políticas -quizá por cansancio, quizá por interés- un mayor acercamiento de posturas hacia una metodología aceptada por todos, en la convicción de que ningún proyecto de futuro puede sostenerse sin normalizar la convivencia en nuestra sociedad. Las discrepancias que persisten más parecen fruto de la necesidad de mantener el tipo o la imagen que motivadas por argumentos irreversibles.

Si la aceptación del suelo ético planteado por la Ponencia del Parlamento Vasco puede estar a punto de ser asumida por las cuatro corrientes políticas mayoritarias, también desde la ética acaba de proponer el Gobierno Vasco su Plan de Paz y Convivencia con el objetivo de lograr ese encuentro social del que estamos tan necesitados tras las últimas décadas de violencia padecida por los ciudadanos vascos. La propuesta de paz y convivencia anunciada por el lehendakari Iñigo Urkullu propone toda una metodología basada en microacuerdos que puedan lograrse entre diferentes, teniendo en cuenta que no es fácil discrepar al 100% en temas tan amplios y de tanto calado como los incluidos en las 18 propuestas por el Plan. Las propuestas están abiertas a cuantas aportaciones vengan de los cuatro partidos mayoritarios en el Parlamento Vasco, que podrán puntualizar en cada una de ellas.

En el primero de los microacuerdos -quizá el más delicado- se podrán confirmar o no las 1.004 personas muertas a consecuencia del conflicto entre 1960 y 2013, según la lista presentada por los cuatro expertos designados por el Gobierno Vasco (el obispo emérito Juanmari Uriarte, la jueza Manuela Carmena, el ex director de Derechos Humanos Jon Landa y el exconcejal del PP Ramón Múgica). De ellas, 837 lo serían causadas ETA, 94 por las Fuerzas de Seguridad del Estado y 73 por grupos parapoliciales o de extrema derecha.

Podrán igualmente hacer llegar sus aportaciones al plan Hitzeman de reinserción de presos, al estudio sobre la fiabilidad de las 5.500 denuncias de torturas, a la adecuación y el compromiso de la Ertzaintza en esta nueva etapa sin violencia y a la dinamización del Instituto de la Memoria.

El Plan de Paz y Convivencia presentado por Urkullu puede considerarse como una recopilación de las iniciativas dispersas que se han venido elaborando en los últimos años, con el valor añadido de que propone una metodología concreta y acotada en el tiempo. Como era de esperar, ha sido recibido con circunspección por los partidos destinatarios pero puede afirmarse que en ningún caso se ha dado un portazo, como desgraciadamente suele ser habitual.

Por supuesto, ninguna de las fuerzas políticas puede reconocer que se han satisfecho sus planteamientos al 100%, porque eso sería materialmente imposible. Cada uno, como suele ocurrir, se ha apresurado a manifestar sus distancias con el Plan, pero en esta ocasión nadie ha tirado la toalla. Entre la botella medio llena que manifiesta el optimismo antropológico de Jonan Fernandez y la botella medio vacía que perciben PP y EH Bildu, hay todo un camino de confluencias que deberán recorrer. Nos va en ello nuestra convivencia.