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Torpeza y venganza

con el anuncio de la celebración en octubre de la vista oral del juicio de las herrikos que sentará en el banquillo a lo más granado de la histórica Herri Batasuna, ha coincidido el relevo del Tribunal Constitucional con claro giro a la derecha. Más aún, si cabe. Once años después, otra vez el túnel del tiempo, cuando la tesis de "todo es ETA" ideada por Baltasar Garzón campaba justiciera por los tres poderes constitucionales y por el cuarto poder, el mediático. Ante el tribunal de la Audiencia Nacional comparecerán 40 acusados que se enfrentarán a penas entre 8 y 12 años de prisión.

Uno de los acusados, no podía faltar, será Arnaldo Otegi, sin duda el dirigente de la izquierda abertzale más famoso. Dudoso honor cuyo peaje acarrea también el ser el más odiado, el más maldecido, el más difamado y quizá hasta el más temido. Arnaldo Otegi lleva entre rejas ya más de tres años, y eso en la última tacada porque antes de su detención en octubre de 2009 había pasado repetidamente por las cárceles españolas.

Los sucesivos gobiernos de Madrid y sus medios afines se empeñaron en personalizar en él todas las supuestas perversidades atribuidas al cóctel ETA-Batasuna, y por ello saltaron todas las alarmas cuando el Tribunal Constitucional admitió a trámite el recurso de los condenados por el caso Bateragune. Recuperaron el aliento cuando ese mismo tribunal rechazó su puesta en libertad mientras se veía el recurso.

Con Otegi en la cárcel, parece que todo está en orden, o sea, que ETA sigue vencida y su representante neutralizado para honor de cuerpos y fuerzas, para reparación de víctimas y para escarmiento de radicales.

Arnaldo Otegi, ejemplo y paradigma del disparate "todo es ETA", es el artificio manejado por el Gobierno español para aparentar la victoria sobre el terrorismo y cumple el doble objetivo de servir como venganza y como rehén.

Los que vivimos aquí y tenemos conocimiento, aun somero, del personaje, sabemos que Arnaldo Otegi perteneció a ETA polìtico-militar, que fue entregado de policía a policía desde su exilio en Francia, que cumplió la pena de cárcel a la que fue sentenciado, que militó en Herri Batasuna en funciones modestas hasta que el encarcelamiento de la Mesa Nacional en 1998 le catapultó a funciones de portavocía y liderazgo. Desde entonces, y hasta su detención en 2009 -exceptuando sus intermitencias carcelarias- Otegi fue el más conocido -y hábil- portavoz de la izquierda abertzale con innegables dotes comunicativas.

Es preciso dejar claro que por más que mediáticamente sea Arnaldo Otegi el rehén que personifica la venganza, con él están penando cárcel Rafa Díez, Miren Zabaleta, Arkaitz Rodríguez y Sonia Jacinto. Y como sabemos que su único delito fue celebrar una reunión en la que se consolidaba un proyecto para superar el conflicto vasco por vías exclusivamente democráticas, no podemos aceptar ni su detención, ni su encarcelamiento, ni su demonización.

A estas alturas, la inmensa mayoría de la sociedad vasca sabe que la voladura de la T-4 cuando aún no se habían cerrado las vías del diálogo en Loiola supuso una reacción implosiva, centrífuga, que iba a cambiar el rumbo de la historia política de la izquierda abertzale. Otegi, Díez Usabiaga y sus compañeros de cárcel, así como otros miembros conocidos de esa corriente ideológica, protagonizaron la rebelión que desplazaría la histórica vanguardia de lo militar a lo civil y homologaron su actividad a la legalidad vigente. Esa misma mayoría de la ciudadanía escuchó con esperanza las palabras de Otegi ante el tribunal: "ETA sobra y estorba", "Estoy orgulloso de haber hecho virar el trasatlántico de la izquierda abertzale", "Pido el cese definitivo de la violencia armada y el desmantelamiento de la estructura militar", y otros pronunciamientos compartidos por el resto de los procesados acordes con la realidad actual. Esa realidad que debería tener en cuenta el Código Penal a la hora de aplicar la ley.

Mantener en la cárcel a Otegi y a sus compañeros es una injusticia palmaria que cualquier persona sensata y democrática no puede consentir. Uno se pregunta cómo puede producirse en Europa tal atropello y semejante falta de respeto a los derechos humanos. Cómo se puede ser tan ciego, tan sordo y tan torpe ante el evidente cambio de la realidad vasca tras la legalización de Bildu, la de Sortu y el abandono definitivo de la violencia de ETA. Manteniéndolo en la cárcel como compendio de la maldad absoluta por contentar a la Caverna, acabará por convertir a Arnaldo Otegi en Arnaldo Líder, Arnaldo Mito, Arnaldo Mandela. Ellos sabrán lo que hacen.