En el túnel del tiempo
eS como si hubiésemos retrocedido en el tiempo cinco años. O más. Quizá hasta veinte. El estancamiento del proceso de paz tras la retirada de ETA ha dado paso a una situación inquietante en la que han vuelto los antiguos fantasmas, se ha crispado la convivencia y ha dejado de verse la luz en un túnel que parece no tener final.
Es la sociedad vasca la que menos responsabilidad tiene en este retroceso, ya que mayoritariamente se ha pronunciado por no mirar atrás y asumir el nuevo tiempo con generosidad democrática. Es la estrategia premeditadamente inmovilista del Gobierno español y el partido que lo sustenta la que ha decidido no dar un solo paso hacia la consolidación del proceso y dejarlo pudrir. A fin de cuentas, eso es lo que hacía Franco: dejar pasar el tiempo sin solucionar, hasta que el problema se resolvía por aburrimiento, tarde y mal.
Ha sido el Gobierno español el que presionó al Ejecutivo noruego para expulsar a los representantes de ETA, que esperaron junto a los verificadores internacionales al interlocutor enviado por Rajoy. Esperaron en vano, por supuesto. Otra oportunidad perdida.
Ha sido el Gobierno español el que ha decidido no humanizar su política penitenciaria. Y ha ido más allá, anunciando arrogante la desobediencia a la sentencia de Estrasburgo contra la doctrina Parot.
En esa misma línea de dureza e intolerancia, ha sido el Gobierno español el que ha cerrado a cal y canto aquella puerta que con intenciones tácticas dejó entreabierta con la vía Nanclares.
Ha sido el partido del Gobierno español el que se ha negado a participar en la Ponencia de Paz y Convivencia del Parlamento Vasco.
Todo ello ha supuesto un enrarecimiento del ambiente en las calles vascas que nos retrotrae a tiempos pasados, al desasosiego del amplio sector social vinculado a los centenares de presos afectados por la deliberada inacción gubernamental, a la inquietud sentida por declaraciones poco afortunadas de dirigentes de EH Bildu que inmediatamente son interpretadas como provocación.
Año y medio después de que la ciudadanía vasca hubiera respirado tras cinco décadas de violencia, cuando todo parecía el despertar de una pesadilla, ha vuelto el sobresalto. En sus últimos comunicados, ETA lanza la amenaza velada de que no va a esperar eternamente y que la paz sigue estando en riesgo. Para colmo, fallece en un hospital de París Xabier López Peña, Thierry, encarcelado bajo la acusación de asociación de malhechores. Y en el recibimiento de su cadáver, como expresión de la indignación sentida, se vuelven a escuchar con un escalofrío los gritos de "Gora ETA militarra!" ya considerados como expresión del pasado.
Y hemos vuelto a los tiempos duros, con los fiscales advirtiendo de posibles ilegalizaciones mientras la Audiencia Nacional ordena iniciar la cacería de jóvenes presuntamente integrados en la ilegal Segi y las fuerzas policiales, en este caso la Ertzaintza, en un escenario de extrema tensión proceden en medio de la áspera resistencia pasiva que en cualquier momento pudiera acabar como el Rosario de la Aurora. Y en esa regresión al pasado, el Ayuntamiento de Donostia autoriza en el Boulevar un espacio particular, Aske Gunea, para que esos jóvenes buscados por la Ertzaintza fueran protegidos y mediante multitud de actos se concienciara a la ciudadanía del atropello contra esos jóvenes y se denunciara la política penitenciaria y la represión ejercida por el Gobierno español, el Gobierno vasco y, ya puestos, por el PNV.
Y han vuelto las pintadas en los batzokis, las arremetidas verbales contra cargos públicos, las concentraciones diarias, las manifestaciones más o menos controladas. Como en los viejos tiempos.
Y para que no falte de nada, han vuelto, claro que han vuelto, los fantasmas del pasado. Han vuelto hasta los GAL, los Amedo, Morcillo, Sancristóbal, Brouard asesinado y El Mundo liderando la mierda. Aún más, han vuelto las truculentas grabaciones de diálogos policiales como ocurriera en los trágicos sucesos de Gasteiz en 1976, pero esta vez con los mandos de la Ertzaintza dirigiendo las fuerzas "con todo" hacia el callejón en el que resultó muerto de un pelotazo Iñigo Cabacas en 2012.
Efectivamente, estamos en el túnel del tiempo. Y si el Gobierno del PP no da la cara y se remanga para entrar en la faena y poner fin al proceso de paz, hay que temer que en ese túnel sigamos quién sabe hasta cuándo y cómo. Hay que atender a la advertencia de Brian Currin, que ve posible un final desordenado de ETA con consecuencias imprevisibles pero sin ninguna solución. Un final que podría suponer la reacción violenta aunque minoritaria. Porque si ETA se tiene que disolver debe hacerlo ante alguien, mediante un acuerdo con quien represente de alguna manera a la otra parte. Pero la otra parte no está por la labor, y el conflicto sigue.