recordarán ustedes que en las pasadas elecciones al Parlament asomó como un misil asesino en medio de la campaña un supuesto informe policial que implicaba al candidato Mas en un asunto de corrupción y tráfico de asuntos poco claros y que pasado el tiempo se ha quedado en agua de borrajas o en a mí que me registren que yo no he sido. La infamante acusación sin prueba alguna manchó la campaña y se polarizó en la corrupción como si estuviéramos en presencia de un auténtico trilero de la cosa pública. Desconocemos si el citado asunto alteró poco o mucho la dinámica de la campaña, pero desde luego tuvo efectos y no precisamente positivos para el candidato.
Tirar la piedra y esconder la mano es una forma habitual de actuación política y mediática, en esta ocasión con el asunto de la unidad del Estado de fondo electoral que ha desatado el hedor de las cloacas del poder en su versión más hedionda y manipuladora. La suma de las fuerzas oscuras del sistema policial y el apareamiento con un par de insignes periodistas ligados a un periódico que se cree el cuarto poder justiciero cuando mandan los otros y practica el chalaneo galante cuando mandan los míos, ha construido este denigrante episodio periodístico.
La amenaza de crecimiento de las fuerzas soberanistas en Catalunya alertó a los poderes ocultos y puso en marcha una campaña de descrédito, supuestamente al margen de los mecanismos oficiales de la Policía que dio como consecuencia un episodio abyecto para la práctica democrática. El informe que nunca existió fue la respuesta ciega de funcionarios y periodistas para intentar parar la marea creciente de la opción independentista. Una muestra de cómo se las va a gastar el reino si en un par de años se compromete la llamada unidad nacional. El episodio del informe de marras no ha sido más que un pequeño ensayo. Estamos avisados.