una sesión de zapeo por los distintos canales de la promocionada y poco venturosa pradera de la tele digital nos dibuja un panorama preciso del negocio de la televisión carpetovetónica que diría el desaparecido Camilo José Cela. Tres canales asentados en la oferta estatal, TVE, T5 y A3. La primera amenazada de reconversión a la baja, la italiana navegando a toda máquina con su estigma de reality descarnado y descompuesto y la de Lara buscando desesperadamente un filón para recuperar antiguos fastos. Cuatro y La Sexta en la itv mediática para encajar en los intereses de sus nuevos compradores, y las demás, guiñoles de poca monta en el cotarro comercial. Las autonómicas vigiladas y prestas a pasar por el lighting de la austeridad y redimensionamiento, con tentaciones de privatizar canales difíciles de mantener por lo público; y en el variado mundo de las emisiones en TDT, repeticiones sin fin para rellenar parrillas construidas en base a segundos o terceros pases. Canales cerrados, reconvertidos, sometidos a vaivenes que imposibilitan fidelizar audiencias. Y en esta selva de formatos archiconocidos, las emisiones de varios canales de teletienda donde contenidos enlatados nos dan la vara día tras día con mensajes invariados de productos de bricolage, sujetadores que realzan nuestra figura y comida para relucientes gatos de angora. La libertad de mercado ha creado un amplio escaparate para uso y consumo de la televisión, primer electrodoméstico del hogar que rigen nuestros destinos en este variopinto circo del siglo XXI. La cosa no debe de ir tan mal, cuando crece el consumo medio de cada telespectador convertido en adicto a tragar insulseces, porquerías y majaderías de unas televisiones que de vez en cuando ofrecen calidad, dignidad y esperanza en el medio. Es lo que hay y en cualquier caso, el mando es suyo.
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