Ciudadano medio
sOSPECHO que los programadores de televisión conocen perfectamente las características del ciudadano medio consumidor de más de doscientos cincuenta minutos de teletonta al día y que a la hora de fijar sus anzuelos prime time y sus rellenos de películas serie B descoloridas y con infernal audio tienen en mente un retrato robot del cliente habitual. Y cada cadena trabaja su público y construye sus series, concursos, telerrealidades, deportes y demás zarandajas con la mente puesta en los modos de comportarse de eso que no existe, pero que aparece todos los días, y que llamamos ciudadano medio, que es una ficción matemática que ayuda a caminar en pos de la conquista del mercado. Pasar de persona concreta con nombres y apellidos a esta especie de fantasma de ciudadano medio justifica programar escandaleras en el plató, deportes hasta en la sopa o series de tono porno contenido al estilo Tierra de lobos. Y todo ello se hace para satisfacer al ciudadano medio, tótem protector de los resultados de audiencia y garante de suculentos ingresos publicitarios. Cuatro horas diarias de una vida frente al televisor dan para mucho y los tramos de más personal ante el electrodoméstico posibilitan ofertas cautivadoras de las empresas difusoras. El retrato robot del consumidor medio siluetea un tipo/a que quiere un ratito de información, mucho deporte en el fin de semana, de vez en cuando una película de postín, una genialidad creativa en un espacio de concurso o participación, una vez al año un evento construido para la televisión, funeral, visita papal, boda real o similar, anuncios pocos y no repetidos, unas gotas de humor y a vivir que son dos días. Simple y llanamente esto es lo que demanda el azacaneado ciudadano medio sobrecogido por el miedo escénico y personal de la crisis creada por el sindicato mundial de banqueros.