Una práctica habitual de “aprendizaje innovador” entre diferentes gobiernos, organizaciones académicas, empresas líderes, a lo largo del mundo, es la de recurrir a los llamados “viajes de conocimiento y contraste”, eligiendo una ciudad o país que entienden pueda aportar referencias vivas, reales, de transformación innovadora y éxito, fruto de sus decisiones estratégicas, políticas o modelos de cambios seguidos. Experiencias que no pretendan copiar o replicar, sino reflexionar, analizar elementos clave de potencial adaptación a su realidad, y colaboración, en su caso, para sus propios caminos a seguir.
En este marco, el otoño pasado, nos visitaba en Euskadi un amplio grupo de altos directivos de la B-BUG (Institución que agrupa 120 organizaciones, propicia la formación continua de sus directivos y aborda las estrategias de transformación de su región-país), de largo recorrido y extraordinario reconocimiento en Baden-Wurtemberg, lander líder en el desarrollo industrial, económico y social alemán. Fui invitado como ponente para explicar lo que ellos habían identificado como “el milagro vasco”, por su rápida y profunda transformación industrial, “reurbanización inteligente” e “innovación institucional” y “modelo de colaboración público-privada”.
A petición suya, expuse mi conferencia: Economic, Industrial and Social transformation en el contexto de la “estrategia país” desde el desarrollo trazado en los años 80 accediendo a nuestro autogobierno en plena sumatoria de crisis (política, económica, energética, financiera y social) y su amplio, continuo y progresivo despliegue hasta nuestros días. Considerado como un proceso exitoso, preguntaban por los siguientes pasos: ¿Ahora qué?
Preocupados por el ya entonces escenario multi crisis que vivíamos (agravado por los últimos acontecimientos globales: Ucrania y sus consecuencias además de una inflación y declive en el crecimiento económico de su país, con una profunda preocupación y confrontación social por los fenómenos migratorios), la incertidumbre ante las apuestas estratégicas europeas (Draghi, Letta...) ante unas, entonces, próximas elecciones (regionales y estatales en Baden-Wurtemberg y Alemania) en un caótico y desalentador gobierno de permanente confrontación entre los partidos que conformaban la coalición, el grave estancamiento económico que ya mostraba graves luces rojas y el creciente desencanto social con una más que anunciada presencia significativa de la “nueva extrema derecha alemana”. ¿En qué medida, Euskadi, ha de retocar su estrategia?
Esta semana, uno de los directivos presentes en esa sesión me remitía el enlace a un libro de reciente publicación, ampliamente difundido por la revista F&D del Fondo Monetario Internacional. KAPUT: The end of the German miracle (KAPUT: el final del milagro alemán) de Wolfgang Münchau. El libro, atendiendo a su autor, destaca “los errores y falta de respuesta que a lo largo de 30 años han caracterizado el comportamiento y políticas de esa Alemania líder y tractora europea, hasta su estancamiento, declive y cúmulo de barreras que lastran las posibles fuentes de recuperación y desarrollo”.
Así, da por hecho que el éxito y milagro alemán de antaño no era sino un espejismo debido a decisiones, políticas y comportamientos erróneos con los resultados actuales previstos: fijación excesiva en la producción y manufactura (en especial, según él, en el automóvil con combustible fósil); dependencia de una energía importada de Rusia; excesivo peso de las exportaciones (sobre todo a China) y no en el consumo local; escasez de mano de obra cualificada adaptada a los nuevos requisitos de la tecnología y la “nueva economía”; excesiva carga burocrática; lentitud en los procesos de digitalización; un sistema financiero “parroquial” y excesivamente localista y de escasa diversión; raquíticos planes de inversión pública en infraestructura; rígidas políticas fiscales y una inadecuada interacción entre política, sindicalismo, gobiernos, corporaciones empresariales, entidades mercantilistas-financieras, apostando por “sectores pesados” dirigidos por la variable “empleo” y una actitud colectiva cada vez más confortable con aversión a transitar las nuevas trasformaciones que parecían inevitables.
Como en tantos casos, a lo largo del tiempo y del mundo, parecería que en un momento determinado (siempre a posteriori), nos enredamos en círculos exitosos perversos. Todo aquello que entendíamos razonable y esencial para avanzar y lograr una mejor sociedad, un país o modelo competitivo, inclusivo y próspero, se “convierte” en obstáculo o error para alcanzar el futuro deseado.
¿Es que ya no supone un elemento competitivo y diferencial contar con un tejido económico productivo?, ¿es que las ventajas de un sistema de empleo formal, promover la dignidad del trabajo, los mecanismos colaborativos empresa-sociedad, la internacionalización de tu economía, la fortaleza de gobiernos, los capitales humanos, institucional y social, la fortaleza diferencial de las redes ciencia, investigación, tecnología o la revalorización académica de alto nivel al servicio de necesidades y demandas sociales generadoras de impacto en la Comunidad han dejado de ser una base diferencial de máximo valor añadido?
Por supuesto que esto no es así. Lo que sí resulta diferencial, es una verdadera base para un estado de competitividad, riqueza y bienestar, lo que exige, de forma permanente e inacabable, “revisitarlo de forma adecuada” a lo largo del tiempo. No se trata de poner etiquetas, ni de copiarlas y replicarlas sin distinción a lo largo del mundo, sino penetrar en su propio sentido y contexto para construir una verdadera propuesta de valor como país.
¿Han desaparecido los valores y fortalezas de una Alemania del “milagro” económico, de la integración única de dos mundos (Occidente-Este), de una reconfiguración de la difícil Europa de postguerra, de múltiples transiciones productivas, tecnológicas, del conjunto de modelos de negocio y valor de las empresas, de un modelo de bienestar y de gobernanza especialmente valorado, y han de despreciarse y abandonarse los principios inspiradores de una economía social que ha reconfigurado, desde el humanismo y el progreso social, subsidiario, un desarrollo y bienestar no visto en ninguna otra fase de nuestra historia?
Coincidiendo con este libro, esta misma semana, nos encontramos con un par de elementos de sumo interés que vienen a cuento con lo narrado hasta aquí: Alemania y Europa en un desafío mundial cambiante y enormemente demandante. Por un lado, en una interesante entrevista, en el diario ZEIT alemán, a la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen (“We have no bros and no oligarchs”. “No tenemos ni hermanos ni oligarcas”), explica su visión ante el caos desencadenado en un nuevo mundo de aranceles, un nuevo concepto de la reforma y seguridad, el nuevo orden mundial, el rol a jugar por “nuevos jugadores” y el propio papel, a cambiar, de la Unión Europea en el tablero geopolítico y geoeconómico que se avecina.
“El Occidente que conocíamos ya NO existe”
Lo hace desde su experiencia personal desde su llegada a presidir la Comisión, en una “inesperada dirección multi crisis” recordando las sucesivas crisis que han rodeado su mandato: la pandemia global del covid, el ataque invasión de Putin a Ucrania, la crisis económica con el corte del gas ruso y lo que ella llama ahora “la crisis trasatlántica”. Califica los cambios de la Unión Europea como históricos hasta lograr, hoy, el apoyo unitario de los 27 Estados miembro hacia una autonomía estratégica a la búsqueda de un nuevo líder mundial (la UE, por ejemplo) y sabiendo que la Competitividad, prosperidad y rearme (seguridad) han de dar paso a una profunda reformulación del rol europeo, la reconfiguración de sus miembros, la “Mutualización de sus instrumentos de financiación extraordinaria, a riesgo compartido” en el marco de una financiación innovadora.
“Un despertar europeo. Un despertar conjunto. Un despertar mundial”. Von der Leyen afirma con rotundidad: “El Occidente que conocíamos ya NO existe”. Un nuevo mundo de redes, de interacción geoeconómica y geopolítica ha de ser reconstruido y la Unión Europea se abre a todo ese nuevo espacio global, de nuevos jugadores, de nuevos coliderazgos emergentes, de nuevas actitudes y relaciones. Perdemos el liderazgo y relación preferente del 13% del comercio mundial (Estados Unidos) y nos abrimos hacia el restante 87%. Hemos de asumirlo, contemplarlo y preocuparnos en adaptarnos a ese nuevo espacio por construir. “Europa tiene las capacidades diferenciales para desempeñar ese papel”. “No podemos confiar en estas nuevas y observables ambiciones imperialistas. Europa debe seguir siendo atlantista, ha de ser un espacio diferencial de libertad, democracia, derechos humanos y bienestar. Hemos de hacerlo. Hemos de apostar por una nueva y singular estrategia, perseverante del largo plazo”.
Y, alineado con estas afirmaciones y apuestas, el nuevo canciller Friedrich Merz acaba de presentar su declaración de gobierno ante el Parlamento. Anuncia sus renovados planes económicos, sociales, de gobernanza para una Alemania competitiva y próspera. Su intervención y completo “Plan de Emergencia”, no solamente se enmarca en su inequívocas apuesta por coliderar ese “resurgir europeo”, o en recuperar el rol esencial de la locomotora alemana, sino en un decidido intento por afrontar la incomodidad de los enormes cambios que le esperan (a él, a su gobierno, a los alemanes, a los europeos...).
Entre los innumerables puntos incluidos, utilizaba un relevante aviso como resaltaba el diario alemán Der Spiegel: “Llamo a un enorme esfuerzo para que el país vuelva a ser más competitivo y pueda mantener y mejorar nuestros niveles de bienestar (para nosotros y para nuevas generaciones)”. “Necesitamos trabajar más y, sobre todo, de manera más eficiente en este país”. “Con una semana de cuatro días y un equilibrio entre la vida laboral y personal, no podemos mantener la prosperidad del país”. “Hemos acordado la inclusión de la semana de 40 horas en la ley de horas de trabajo y procedemos a su implantación inmediata”. (Lo relevante, añadiría yo, no es tanto el número de horas sino el papel esencial del trabajo, el esfuerzo, su contribución de valor y la manera de acordarlo y no imponerlo de forma unilateral).
Sin duda, con unos discursos o con otros, con mayor radicalidad, con menos intensidad... los diferentes liderazgos (democráticos) requieren credibilidad y motivación, mensajes claros, con visión para un futuro mejor desde un presente también mejor, para todos, intergeneracional, y, por supuesto, comprometido.
¿Y ahora qué?, me preguntaba nuestro visitante. Entender el modelo que vivimos y el que habremos o habrían de vivir próximas generaciones. Aquel mundo que nos gustaría construir en un absolutamente irrenunciable espacio de economía-social, participativo, democrático, inclusivo. Un mundo que solo será posible con esfuerzo, responsabilidad y compromiso. Aprendiendo con/de todos. “Un mundo que no vendrá, sino que hemos de traer.”
Hoy, la experiencia observada es Alemania y su esperanzada redefinición de su propio milagro. Y a la vez, para todos los demás, también, un camino de aprendizaje.