Se acabó. De nada vale ya si un cambio táctico hubiera servido para ganar no sé qué partido y si aquello hubiera cambiado la suerte de Imanol Alguacil. Como si su suerte (o la de cualquiera) debiera depender de algo así. Sin embargo, hay veces que las decisiones se depositan en la ruleta del casino y aunque salga el color que queríamos, no estamos convencidos. Algo similar sucede con Imanol y su continuidad: el juicio sobre su figura lleva implícito un debate de fondo sobre el querer ser. Un sí, pero. Si la Real tenía que haber ganado al PSG. Podía haberlo hecho y Luis Enrique lo temió —el deporte es así—, pero otra cosa es si la Real está para sentarse en esa mesa. Hacerlo es competir a todos esos equipos en la Champions (casi) todos los años, pero también por jugadores (retener y atraer) y en ingresos. La respuesta la saben. Quizá haya quien piense que el mero hecho de deslizar la idea sea conformismo. No, claro: la Real ha cometido errores, más en ese momento tan delicado que es estrenar un libro como se pregona. Pero conviene recordar que no haberlos cometido no hubiera significado ni ganar la Europa League ni entrar en Champions. Escuchando a algunos pareciera que sí. Nadie lo sabe, por lo que conviene no exagerar ni culpar a Imanol hasta de la muerte de Manolete. Porque cuando lleguen las desgracias, a ver qué hacemos. Incluso los descensos, como una de las mayores desgracias del deporte, se terminan asumiendo aquí y allá, con naturalidad. En la vida, hay peores cosas. Como morirse. Mientras tanto, como ha ocurrido en la historia de la Real desde 1909, la vida sigue. Hace 22 años el equipo blanquiazul quedaba subcampeón y hace 15 años estaba subiendo a Primera.