PARECE un despilfarro tanto programa del tiempo que hace de la información televisiva una redundancia. Tras la excepción de un julio (lluvioso en el norte porque un poco más al sur no se sintió la lluvia), llevamos dos meses en los que las nubes y los soles son una copia un día tras otro. Jornadas en las que no hay más que mirar los signos gráficos que acompañan a la información meteorológica para ver claramente que le faltan datos y cuya precisión deja mucho que desear.
Ahora nos hemos enterado de que esta primavera se ha producido una aterradora destrucción de la capa de ozono en el Ártico. No sé el alcance, pero, según dicen los estudiosos del tema, no tiene precedentes: hubo una reducción del 80% de ozono a los 20 kilómetros por encima de la superficie, que es de donde este gas debe proteger contra el efecto invernadero aquí en la Tierra. El caso es que después de pasar un agosto seco como solo agosto sabe serlo, hemos concluido un septiembre que ha batido también las marcas de calor y ausencia de lluvias. Las predicciones meteorológicas han sido un calco de la del día anterior y se han reducido a afirmar que haría calor además de posibles tormentas de las que nadie se atrevía a señalar concretamente en el mapa por miedo a hacer el ridículo. A pesar de su imprecisión, el tiempo repite como uno de los espacios televisivos más vistos, además de ser, tras el fútbol, el tema más comentado entre los espectadores. En una península reseca nada atrae la atención más que la previsión de borrascas. Y si estas son de nieve la atención se multiplica exponencialmente. Pero son cuatro días. El resto lo pasamos entre nubes de evolución y soles que acabarán secando los humedales y derritiendo las ilusiones de vivir durante unos días la experiencia del riguroso invierno de Doctor en Alaska.