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?Pero se mueve

cONDENADO por la Inquisición, y obligado a retractarse de su teoría de que no era el Sol, sino la Tierra la que se desplazaba en torno al astro, Galileo Galilei tuvo que pasar por el trago de corregirse públicamente a sí mismo. Una vieja tradición asegura que, al tiempo que abjuraba de sus tesis científicas ante los jueces inquisitoriales testificando que "La Tierra no se mueve", en voz baja se ratificaba a sí mismo: "?Pero se mueve".

La adhesión por parte del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK) a la totalidad del Acuerdo de Gernika es, sin duda, un impulso de envergadura al proceso de pacificación y normalización hasta el punto que nos sitúa en el umbral de la estación término de este penoso viaje a la normalidad. Ha sido preciso un año de debate y reflexión para que el EPPK diera el paso, un año en el que no han faltado contradicciones internas, crispaciones y una injusta marginación de los presos que dieron el paso de manera individual y ya venían reivindicando esa adhesión a Gernika sin que desde Bildu se les aceptase. Y ahí habían quedado, como apestados, en tierra de nadie.

Si se tiene en cuenta el Acuerdo de Gernika como esperanzador punto de arranque, parecía que por fin hace un año se había puesto el turbo para la salida del túnel, y que sería Bildu quien aceleraría la parte que le correspondía en la resolución. Por eso, no es fácil entender el parón que se ha producido en su itinerario. Porque se constata que desde las elecciones municipales y forales, la izquierda abertzale oficial ha pisado el freno en lo que se refiere a sus compromisos para un escenario definitivamente libre de violencia. Incluso podría decirse que en algunos terrenos hasta ha retrocedido.

Se barajan distintos argumentos para explicar este parón en el proceso, que, por simplificar podrían reducirse a dos: el primero, que una minoría peligrosa dentro de ETA estuviera en desacuerdo con el camino emprendido, y ello origina incertidumbre que, a su vez, paraliza cualquier iniciativa. El segundo, que el resultado de las elecciones haya emborrachado de éxito a algunos sectores de la izquierda abertzale, y lo que antes era un proceso unilateral ahora pasa a ser un proceso de negociación y reciprocidad. Es decir, una vuelta al viejo paradigma según el cual cada paso adelante debe ser compensado con un movimiento de la otra parte.

Sea por la primera de las hipótesis o por la segunda -o por ambas, que sería lo más probable-, la izquierda abertzale oficial entendida como motor hegemónico de Bildu se ha estancado en un momento muy peligroso para ella misma, al tiempo que ha estancado y lastrado al conjunto de la sociedad vasca en una coyuntura muy delicada.

Y si ese desistimiento del carácter unilateral del proceso acometido por la izquierda abertzale histórica ha paralizado el ritmo inicial del "Zutik Euskal Herria", aún más desalentador para la sociedad vasca es la constatación de que "la otra parte", los poderes del Estado, siguen insensibles. Y no se trata de que el Gobierno entre en una dinámica de negociación según los viejos y fracasados esquemas, sino simplemente de que se den los pasos adecuados ante una situación nueva. Una ETA en absoluta inactividad desde hace dos años, una ausencia comprobada de violencia callejera y una práctica desaparición de amenazas y presiones.

El comportamiento mezquino del Estado ante las posibilidades que abre este nuevo escenario supone un parón aún más sangrante y un agravio a las esperanzas puestas por la inmensa mayoría de esta sociedad. Aunque no lo reivindicasen así los iniciadores del proceso que llevaría irremisiblemente al final de la actividad de ETA, lo que se esperaba de unos gobernantes inteligentes y los poderes que controlan es que correspondieran a esa iniciativa con los pasos necesarios para agilizar la normalización. Pero han hecho exactamente lo contrario.

Las continuas subidas de listón en las exigencias legales, la continuidad de la política penitenciaria, la administración vengativa de justicia y los oídos sordos a la mediación internacional han dejado en punto muerto el espacio de colaboración -que no contraprestación- que en pura actuación política les correspondía. Estaba en su mano que el proceso avanzase, pero por miedo, cobardía, cicatería y provecho electoral lo han empantanado.

Esta sociedad ya ha sufrido mucho, ya ha tenido suficiente paciencia y no va a perdonar un frenazo irresponsable en el camino hacia final del túnel que ya estaba acariciando con la punta de los dedos. En cualquier caso, esta vez han sido los presos -tanto los del EPPK como los que ya arriesgaron en soledad y malquerencia su opción personal- los que han dado un paso adelante que hace ya irreversible el final de la violencia política en Euskal Herria. A pesar de inquisidores, integristas y pasmados, el proceso se mueve.