ESTA semana hemos asistido a hechos asombros. Hemos podido ver imágenes robadas de semidesnudos de actrices como Scarlett Johansson. Y quejidos lastimeros de Cristiano Ronaldo asegurando que deberían protegerlo más los árbitros ya que le tienen envidia por rico, guapo y buen jugador. Este circo de las vanidades en el que lo mismo las actrices posan para la cámara de cine que para la de su teléfono ha encontrado en Internet el foro a su medida para que lo prohibido vaya a la velocidad de la luz a través del morbo. Y qué decir de Ronaldo. Pertenece a una generación de creídos que el dinero les ha hecho dar un pasito más, que suele ser cuando las personas pierden el norte. La actitud del futbolista del Madrid se ha visto antes en príncipes como Alberto de Mónaco, en vividoras como Paris Hilton o en los hijos de Julio Iglesias. El robo de fotos de famosos en cueros causaría risa si no fuera porque habla de que la privacidad de esta sociedad está en juego. Y eso no se debería tolerar. A través de nuestros móviles convivimos con tal cantidad de aplicaciones y nuevas tecnologías que en la mayor parte de los casos no sabemos si sirven para que las utilicemos o somos nosotros los que acabaremos al servicio de ellas.
Medio año después de que se robaran las imágenes de los famosos comienza el morboso espectáculo de su exhibición en la red. Poca cosa si lo comparamos con la cruel exhibición de los cuerpos mutilados por el narcotráfico o las guerras de cualquier informativo o las imágenes de hambruna que preceden a la muerte de miles de niños en el Cuerno de África. La actualidad nos trae dos universos coetáneos. El de los guapos que exigen que les protejamos resulta especialmente patético cuando en realidad hacemos tan poco contra el espectáculo de la muerte.