Pasado, presente y futuro
Es difícil determinar cuándo, primero desde la izquierda abertzale oficial y después desde diversas tribunas de opinión, comenzó a hablarse de que en el País Vasco habíamos entrado en un nuevo periodo histórico, en una nueva fase política que habría configurado un nuevo escenario. Se argumenta para certificar este nuevo tiempo en referencia al desenlace del debate en el seno del MLNV, que concluyó con la apuesta exclusiva por las vías políticas, pacíficas y democráticas para lograr su objetivo político. Hay que reconocer que no era la primera vez que en ese mundo se había llegado a la misma conclusión, ya fuera a modo de escisión o como mera declaración retórica.
A día de hoy, la mayoría de los ciudadanos vascos no han conocido este país sin ETA. Durante cuatro décadas, la realidad cotidiana ha transcurrido y se ha percibido a través del marco de la violencia. La política, la economía, la cultura, las expresiones públicas y las reflexiones privadas, todos los aspectos de la vida, han resultado condicionados -también contaminados- en relación a la violencia. También para esa mayoría inmensa de ciudadanos vascos, sólo la desaparición definitiva de ETA certificaría que ese nuevo escenario es real. El nuevo tiempo, el nuevo periodo histórico, sólo será verdad cuando ETA haya certificado su disolución y cuando haya cesado también definitivamente la violencia de todo tipo ejercida en nombre de la lucha contra el terrorismo.
No puede negarse que en el tiempo presente se están comprobando señales claras de que ese soñado escenario nuevo se está abriendo camino, y ello permite mirar al futuro con esperanza. La apuesta de la izquierda abertzale histórica por asumir el papel de vanguardia en sus reivindicaciones políticas desde el respeto a los principios democráticos; la legalización de Bildu y su posterior compromiso en la gestión institucional como una fuerza política más; la práctica desaparición de la violencia callejera; y, sobre todo, la persistencia del alto el fuego "permanente, general y verificable" por parte de ETA. Todos ellos son, por supuesto, signos positivos de que, a día de hoy, en el presente, algo está cambiando.
La vasca es una sociedad madura, que está dispuesta a subirse a ese nuevo escenario. Pero también es una sociedad cauta, escaldada, que a estas alturas necesita tener las cosas claras. Una sociedad, como antes se dijo, sobre la que ha pesado la sombra de ETA como una losa desde hace medio siglo. Según ese principio de claridad, no habremos entrado de verdad en ese nuevo periodo histórico -que de momento es futuro- hasta que el final de la violencia de ETA no sea sólo una convicción. Mientras persista la posibilidad de una vuelta a las andadas, persistirá la amenaza para todas aquellas personas que han visto condicionada su vida y su actividad por la existencia de ETA.
Pero también es cierto que una sociedad madura como la vasca, que quiere las cosas claras, no acaba de digerir la gestión interesada del pasado, presente y futuro que hacen, por un lado, PP y PSE y la izquierda abertzale oficial por otro. El pasado como años de plomo, terror y vileza. El presente como reflexión, rectificación y autocrítica. El futuro como la paz estable y definitiva.
Los primeros, PP y PSE, niegan que nos aproximemos a un tiempo nuevo porque condicionan el presente y el futuro al pasado: no aceptan como demócratas a quienes no condenan el pasado. Los segundos, la izquierda abertzale oficial, afirman que estamos en un tiempo nuevo porque se parapetan en el presente como puerta abierta al futuro: para creerse homologados no creen necesaria una crítica del pasado y prefieren ocultarlo.
En exigencia de ese principio de claridad, la sociedad vasca entiende que la primera postura sería como haber condicionado la vuelta a la democracia a que la derecha española hubiera condenado la rebelión militar y el franquismo. Y la segunda postura llevaría al fracaso de un futuro hipotecado por la desmemoria.
Todos deseamos la entrada en ese tiempo nuevo, pero con las cosas claras: que ETA retire definitivamente su amenaza, que el Gobierno verifique su disposición para su posterior disolución, que todos los partidos sean legalizados, que las personas dejen de ser perseguidas por sus ideas, que la política penitenciaria no sea asimilada como venganza, que la reparación a las víctimas no esté condicionada por intereses partidarios y que se abra un tiempo auténticamente nuevo para la definitiva reconciliación.
Ese sería el nuevo tiempo, el nuevo escenario histórico, al que todavía no hemos llegado.