Nunca he entendido el bajón de variedad, calidad y dignidad de las parrillas de programación durante el estío y nunca he escuchado un análisis convincente del consumo televisivo durante los meses de julio y agosto que justifique depreciar los programas, meses en los que parece que los programadores y productores de las cadenas se echan a la bartola mientras maquinan las novedades. Resulta paradójico relacionar los más abundantes tiempos libres del período vacacional con los productos disminuidos de interés y calidad que nos ofrece el mayor y más popular electrodoméstico de entretenimiento que debiera aprovechar nuestro mayor tiempo de ocio para colocar sus programaciones y subir los minutos de consumo por persona. No es entendible que cuando más tiempo libre tengamos para ver la tele, nos atiborren con producciones de baja estofa, repeticiones de ajadas películas y adocenadas series. Tiempo hubo en el que las cadenas programaban innumerables partidos de fútbol de estúpidos torneos que infestaban las horas nocherniegas del verano. Tiempo hubo en el que rutilantes programas musicales y elecciones de mises y misteres copaban los prime time de la televerano con esculturales y llamativos cuerpos. Eran aquellos cutres y pegajosos tiempos del tinto de verano en las programaciones miméticas de la tele. Olvidados aquellos fastos, por mor de la crisis, los programadores se empeñan en que aguantemos sus ofertas porque con poco hay que abarcar mucho y no están los tiempos para derrochar lo que se necesitará en el venidero otoño. De esta forma asistimos a la oferta de una televisión de kalimotxo, imbebible, infumable e inaguantable; a lo mejor el auténtico descanso veraniego consiste en dejar de ver la tele y someternos a una desintoxicación neuronal. Puede ser el momento para el desenganche.