Toca votar
Aunque, como todos los topicazos, apenas sirva para nada, la jornada de reflexión de ayer debería haberse aprovechado para que los electores despejasen sus últimas dudas sobre el contenido del voto, o sobre la posibilidad de abstenerse, que también es decisión democrática. Se supone, pues, que ya hoy cada uno tiene clara su intención y según ella será su comportamiento.
Pasaron ya aquellos entusiasmos de la transición para acudir a las urnas tras una cuarentena que impidió ejercer el derecho al voto a dos generaciones. Para quienes ya tenemos una edad, será difícil olvidar aquel agradable estremecimiento de encerrarse en la cabina, elegir papeleta, pasar ante la mesa electoral presidida por un paisano, o por una paisana, y depositar el sobre en la urna. Todos los actores con la solemnidad de quien ejecuta un acto trascendental hasta entonces vedado por la dictadura. "¡Votó!", certificaba el presidente, o presidenta. Y uno salía de la sala orgulloso de haber podido cumplir con su deber cívico.
Más tarde, cuando lo de votar fue perdiendo emoción por la rutina, o por el desengaño, algunos cursis creadores de opinión inventaron el topicazo de "fiesta de la democracia" para animar al personal, que ya estaba de vuelta. Pactos previamente ocultados, intolerables conductas corruptas, ineptitud e ineficacia en la solución de los problemas reales, alejamiento inaccesible de las preocupaciones ciudadanas y hasta endiosamiento personal, han acumulado desencanto diluyendo en la indiferencia aquellas ya lejanas emociones electorales.
Sin embargo, hay circunstancias especiales que sacuden esa apatía e impulsan a la reacción, a activar la necesidad del voto para evitar posteriores lamentaciones.
Hay que ir a votar, especialmente en tiempos de crisis, que son éstos, cuando es preciso elegir a quienes mejor garanticen capacidad de gestión para salir a flote del naufragio.
Hay que ir a votar, porque los datos económicos y de desempleo en nuestro país indican que el momento es crítico y es del todo necesario que haya estabilidad en las instituciones para afrontar con garantías este trance.
Hay que ir a votar, porque al pánico que paraliza la iniciativa se debe contraponer la consolidación de los proyectos, de forma que salgan adelante con el consenso necesario los grandes temas que nos preocupan a todos.
Hay que ir a votar, como reacción al empeño de viciar la ley para impedir el derecho de elegir y ser elegidos a decenas de miles de ciudadanos vascos, empeño que la mayoría de los vascos consideramos un atropello democrático.
Hay que ir a votar, porque precisamente quienes decidieron silenciar la voz de ese amplio sector de la sociedad vasca se aprovecharon de esa distorsión electoral para sumar sus votos en la CAV e imponer un supuesto Gobierno del cambio, reiteradamente cuestionado por la gran mayoría de los ciudadanos. Esta alteración del sentir mayoritario ya lo habían perpetrado en Nafarroa, también contra la voluntad los electores que deseaban quitarse de encima a la sempiterna derecha extrema en el poder.
Hay que ir a votar, porque los mismos de antes están dispuestos a repetir la suma en la CAV y la traición en Nafarroa.
En el día de hoy conviene recordar aquella operación fallida, aunque tan esmeradamente preparada, para las elecciones del año 2001. Conviene recordar el espectacular despliegue de los medios de comunicación hegemónicos en España y en Euskadi para propiciar el desalojo de los nacionalistas vascos del poder. Conviene recordar la complacencia gráfica en las primeras planas del triple apretón de manos en el Kursaal: Jaime Mayor Oreja, Nicolás Redondo Terreros y Fernando Savater, conjurados para la reconquista. Conviene recordar la turba de periodistas aterrizados en Euskadi desde Madrid para celebrar el triunfo cantado, un triunfo que pondría en su sitio al perverso candidato Juan José Ibarretxe y a sus ensoñaciones secesionistas.
Aquella noche del 13 de mayo de 2001, conocidos los resultados, fue todo un poema comprobar la tremenda decepción, casi incredulidad, de los periodistas de elite desplazados para exaltar la victoria, y escuchar los comentarios decepcionados de los tertulianos y los exabruptos resentidos del entonces presidente español, José María Aznar, acusando a los vascos de inmadurez.
En 2009, la división, la indolencia, la indiferencia y, sobre todo, la trampa antidemocrática propiciaron la suma que ahora lamenta la mayoría de los ciudadanos. Pero no vale lamentarse, porque aquello no tiene vuelta atrás y, si los números vuelven a cuadrar, la suma puede repetirse.
Como en 2001, hoy se reiteran esas circunstancias especiales, agravadas por una crisis galopante de la cual no saben sacarnos los dos de la suma. En 2001, la abstención fue del 21,03%, frente a la del 32% y 34,12% de las autonómicas de 2005 y 2009, respectivamente. En 2001, ante la que venía, hubo una motivación que llevó a las urnas a un elevadísimo porcentaje de electores. Hoy, 22 de mayo de 2011, también toca votar.