Estoy aburrido de tener que ser siempre yo el que destape todas las informaciones importantes que el resto de compañeros ni siquiera huelen o rechazan, por el esfuerzo que supone tener que rastrearlas, contrastarlas y verificarlas, pero como hemos venido a esta vida a sufrir, no me queda más remedio que hacerlo. Ahí va, no se sorprendan: el miércoles se cumplieron 30 años del 23-F. Ya supongo que ustedes no se enteraron, cuando estarían ávidos de volver a conocer aquellos hechos y saber qué hacía quién en cada instante y cómo se lo tomaron nuestros primeros espadas actuales y si estaban en la mili, en el colegio o dónde. Lo siento, pero el periodismo de este país esta así, inerte ante nuestro pasado más reciente. Yo no se lo pude contar el mismo miércoles porque me están haciendo un implante -dental- y me aconsejó el médico que tomase sólo líquidos durante un par de días y, como soy muy bien mandao con los temas médicos, no he hecho otra cosa desde entonces que tomar líquidos y me acabo de despertar como quien dice hace una hora. Pero juro que me hubiese gustado ver en nuestras televisiones y oído en nuestras radios y leído en nuestros periódicos qué pasó entonces. Pero ya me han dicho que nada, que pasó sin pena ni gloria. Supongo que a la juventud de hoy en día le aburriría un montón la brasa, pero que se jodan, que nosotros también nos chupamos decenas de aniversarios de la coronación del Borbón y no abrimos la boca. Es que me hubiese encantando volver a leer aquello que dijo Antonio Gades cuando le preguntaron hace unos años qué hacía en el momento del golpe: estaba follando. Lo mismo se lo inventó -las seis y media de la tarde es una hora de bastante pereza-, pero rompía la uniformidad campante, una uniformidad que, a lo que veo, dura hasta nuestros días.
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