la temporada que pasé cruzando los desiertos con Lawrence de Arabia he de reconocer que fue calurosilla. Pero nada que ver con la tarde noche del 27 de junio de 1987 en Zaragoza. Aquel día descubrí el significado de la palabra calor. Dicen que la arena retiene el sol y lo proyecta hacia ti. Tonterías. El asfalto de Zaragoza hace eso y te lo multiplica por mil. Es un asfalto especial, creo que lo fabrican en el Kalahari. El que no queda resistente del todo lo usan para hacer vitrocerámica. Creo recordar que para eso de las siete corrió el rumor de que no quedaba en Zaragoza una botella de agua. La cerveza se había terminado más o menos a las cuatro. El caso es que llegamos al campo y jugaban los juveniles de España contra los de Yugoslavia. Era como meter a María Ostiz de telonera de Las Vulpes. Si hubiese sucedido, los más de 20.000 realistas que allá andábamos hubiésemos cantado a coro con ella el Cigarra canta cigarra. Con el Un pueblo es, un pueblo es ya como que nos hubiésemos emocionado, abrazado y eso, para entrar en calor. Bueno, el caso es que yo más que un realista era un oportunista. Me llamó mi primo y me dijo que qué tenía que hacer la tarde noche del 27 de junio y le contesté: licuarme en Zaragoza. Y eso hice. Como yo aún era de secano y no de regadío, me encargaba de pedirles las rondas, levantarlos del suelo, poner su voz cuando llamaba de las cabinas de teléfonos a sus madres para decirles que estaban bien y eso que se hace por los amigos aunque los acabes de conocer esa misma mañana y ellos no recuerdan su nombre. Luego ya la Real le ganó a los penaltis al Atlético y de todo aquel maravilloso jolgorio tengo aún en las costillas el recuerdo del abrazo que me dio un tipo de barbas que tenía delante. Imaginen a Bud Spencer. Pues multiplíquenlo por tres y pónganle una camisa de cuadros de felpa. En el póster conmemorativo que sacó el otro periódico de esta ciudad se ve mi brazo izquierdo levantado al aire. Lo reconozco porque un reloj calculadora naranja tan hortera sólo lo podía llevar yo. Un palillo semiabrazado a un bulldozer con barba y de al menos 200 kilos. Espero que 23 años después siga bien y que hoy aplaste a algún otro. ¡Suerte!