Queridos amigos: soy su banquero. Me dirijo a ustedes ya que estoy muy preocupado por su salud económica. Su salud es mi salud, la vida es así, pura empatía. Me interesa que estén ustedes bien. Tampoco que estén muy bien, pero sí bien. Si los conociera uno a uno tal vez desearía que se encontrasen en el mejor momento, pero, al no ser así, me conformo con que estén lo suficientemente bien como para tener lo suficiente como para dejármelo a mí pero necesitar lo suficiente como para que yo se lo tenga que dar. Cuanto más tiempo, mejor. Sé que leen y escuchan muchas mentiras acerca de mí y de mis amigos. Sé que no se las creen y que en el fondo están deseando pedirme una hipoteca a 50 años, o ingresarnos sus ahorros a plazo a un interés del 1%. Total, en casa el dinero se agrieta, es como esos libros que están puestos en los escaparates y que a media tarde les da el sol y las tapas se amarillean. El dinero tiene que moverse, es como los abuelos, que si se quedan en casa se anquilosan. Ya, ya sé que quizá alguno piense que nos quedamos con algo, pero no es así: nos limitamos a recoger la energía sobrante que se genera en cada movimiento. Somos como los molinos de viento, aunque tengo que reconocer que a nosotros no nos afecta mucho el I+D+I. Prácticamente no hemos evolucionado nada desde que los cristianos inventaron este sistema. La verdad es que tampoco tendría sentido, ya que siguen siendo ustedes igual de gilipollas que entonces. Lógicamente, mi intención no es ofenderles, pero yo recibí una educación tradicional y en ella no cabe la mentira, pero es que son ustedes bobos de remate. En ocasiones siento náuseas de mi propio dinero, porque es un dinero fácil, esquilmado a tarugos como ustedes. Que les den por el culo, no sé ni por qué les escribo, hala a la mierda.
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