Es lo que tiene que las sedes de las televisiones y las agencias estén en los pisos de arriba, que caga un perro en una acera de Madrid y abren el telediario con la cagada del perro -"parecía un perro muy normal, estemos el vecindario enmudesío"-, un posterior reportaje sobre las bolsas para recoger cagadas y un debate sesudo: ¿corroen tanto las cagadas de perro como las de paloma? Los perros en Madrid lo saben y por eso cagan más que los de Tolosa, menos dados a exhibirse. Pasa igual con las calles, que sólo cumplen los años en Madrid. En Madrid ha cumplido años la Gran Vía y si ustedes no se han enterado es que estaban ustedes con perdón en coma, porque la tabarra que nos han metido ha sido histórica, que hasta fueron el largo y su esposa a un acto que montaron y saludaron con la manita muerta como sólo saben hacer él y la griega. Ese día no cagó ni un solo perro en la Gran Vía, a no ser que fuera un perro policía, que tampoco. Porque ya se sabe que si eres perro policía y cagas estando de servicio te cae un paquete, lo mismo te mandan a hacer polígonos a Arganda o al paso del Estrecho a meter la nariz en todas las maletas. Nada, ni un plastón en la Gran Vía, una pena. Había gente, en la Gran Vía, me refiero. A mí eso siempre me ha impresionado, que la gente vaya a esa clase de cosas, a pegarse por diez centímetros lineales de valla para ver pasar a alguien y decirle algo, aunque sea hijoputa. Yo no hago el esfuerzo ni para eso. La gente, alguna, sí. Incluso hay gente que ni siquiera dice nada, se limita a mirar. Impresionante. Esa gente si tuviese un perro no necesitaría hacerlo. O una paloma. Pero no tienen, por eso van. Si no, no se explica. A mí por eso me gusta no vivir en Madrid, porque no celebramos los años de las calles y no las cortan. Hasta ahora.