Estoy convencido de que la esposa de Matas es inocente, que ella no estaba aquella mañana en Dallas. Lo que pasa es que la gente no sabe lo cara que se está poniendo la vida, que se lo pregunten a Lomana y a Lezi-Tía. Antes con un billete de 5.000 te alcanzaba para toda la semana y el domingo a la tarde aún te estabas dando el gran farrón a kases y ahora pegas medio segundo la nariz a una joyería y te cobran 70.000 euros. La tecnología, que ha progresado una barbaridad. Pegas el naso a la joyería, piensas eso ya me lo pillaba yo, el lector de lerdas se pone en marcha, te escanea el bolso, te lee el código de barras y el número secreto que llevas anotao en un papel cuadriculao dentro de la cartera de Hermes y en el que pone número secreto no enseñar a nadie y al instante ya están los 70.000 en Taipei. O más lejos. Esto el juez lo debería de saber. Pasa lo mismo con las tiendas de muebles, de menaje del hogar o con las constructoras, que se han modernizado, a la fuerza, la crisis. Pensamiento impuro que tiene uno, ¡zaska!, la tarjeta achicharrada. Y además está el postventa, que te lo traen a casa. Y claro, somos débiles. Seguro que a la esposa de Matas le subían al piso las cosas alguno de esos transportistas con un plexo solar hecho a cincel y ella por mucho que quisiera no les podía decir que no, que aquello es verlo y sucumbir. Esto también lo debería de saber el juez, que tendrá pechojuez, metido pa dentro. Y el mundo es de los que tienen el pecho para fuera y la cartera biónica y a poder ser de Hermes o de Tous o del que esté de moda ahora. Matas, obviamente, en todo este embrollo es una víctima más, ya sea de la incompetencia de sus "subordinados" o de la manía de su esposa de acercarse tanto a los escaparates, que los carga el Vanity Fair. Se le ve en la cara.