Como ya se veía venir desde hace mucho tiempo, la primera edición de Gran Hermano se ha convertido con la perspectiva de los años en un documental de National Geographic de ésos en los que se invierten dos años filmando en Namibia para 60 minutos en comparación con el catálogo de cosas que se emiten hoy en día. Cosas, no programas. Empezando porque Sálvame parece casi Documentos TV, se observa cómo en Antena 3 una mente preclara decidió que Paquirrín, El Yoyas y Nuria Bermúdez podían sostener una audiencia, algo que obviamente no ha sucedido y ya han bajado la persiana. Mientras, no sé en qué otro canal una recua de horteras con mechas se disputan a un tal Escassi. Cuando le conté a mi abuela que el tal Escassi fue el maromo castigador de la hija de Laurita Valenzuela se le cayeron a la sopa a un tiempo los rulos, la dentadura postiza y el sonotone y aquel plato parecían los cajones de las rebajas del Galerías Preciados. Luego está la en otro tiempo ser humano Emma García presentando algo de una máquina de la verdad cuyas preguntas hacen sonrojarse a las vedettes punkis del Bagdad. En la cadena más progresista del mundo mundial, la que dirige el maestro pastelero Emilio Aragón, un par de fieras en celo le pasan el aparejo por la espalda a una concursante en Generación Ni-Ni y aquí no pasa nada, todo sea por la pasta y por homenajear venga a cuento o no a La parada de los monstruos. Ya digo, la primera edición de Gran Hermano, con sus nominaciones y sus cosas, era el séptimo arte si la relacionamos con la bazofia que las productoras llevan generando en los últimos cinco o seis años. Con decir que el programa ése de chistes contados por cinco elementos con escasa gracia está aguantando de sobra está casi todo dicho. Los empresarios televisivos demuestran día a día su nivel.