El bronco zafarrancho electoral madrileño, con esperpénticas amenazas de muerte incluidas, parece poner en evidencia algo que algún día habrá de suceder. ¿Estaremos ante la posibilidad de poner un punto final a la eternamente inacabada transición política española? Con los 80 bien cumplidos no es fácil mantener la esperanza. Me pregunto si las fuerzas progresistas implicadas serán capaces de movilizar a una mayoría silenciosa a la que escandalosas desigualdades sociales maltratan sin piedad. Si la respuesta es negativa, la siguiente pregunta sería: ¿Por qué? En este punto no resulta fácil esquivar una sospecha, vistos los datos de la maraña de encuestas publicadas en los primeros días de campaña: la propagación contagiosa de una especie de síndrome de Estocolmo, en una gran parte de los desheredados de la fortuna madrileños. Al parecer, e inexplicablemente para mí, visto desde la distancia, les cae mejor y se fían más de la amiga de aristócratas que reparten un poco de calderilla, para quedarse con los fajos de 500 euros, que de promesas de muertos de hambre, más o menos espabilados, a quienes consideran cuña de su misma madera. Aquí vuelven a surgir nuevas preguntas. ¿Cómo es posible que demasiada buena gente vaya a quedarse en su casuca o chabola, sin ir a votar? ¿Serán capaces, una vez más, de regalar su voto a quienes solo piensan en defender sus múltiples privilegios, aferrándose a un tardo franquismo fascistoide que, a estas alturas de la película, no puede traernos nada bueno? ¿Tan escasita va a resultar la talla de los líderes de las mencionadas fuerzas progresistas, como para no poder darles la vuelta a las primeras encuestas, visto el desmadre en campaña de la extrema derecha? La respuesta, el 4 de mayo de 2021 y a soñar con el fin de la transición.