Llora con dos puntos de rabia incontenida. Quien le dio educación escucha en silencio y permanece casi impasible, mientras dura el desahogo. Sabe bien que es terapéutico. Cuando el último trueno se aleja, le levanta un punto el mentón, con firmeza, y encara su mirada bañada en sal. No sabes lo que me alegro de tu primer gran fracaso. Y hace una parada técnica para evaluar el impacto. Entonces continúa. Si hubieses triunfado a la primera, con tu edad, habrías acabado siendo impertinente. Ahora tienes la oportunidad de trabajarlo, de hacerlo valioso de verdad, sabiendo que seguramente vas a tropezar otra, y otra y otra vez. Pero si un día lo alcanzas, te sabrá a gloria. ¿No querías un máster? ¿Tienes el mejor corriéndote por las mejillas?