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Decir que no

Poca será la gente que en su vida no haya firmado manifiestos y peticiones públicas con las que no se estaba de acuerdo, solo por evitar situaciones desagradables

Decir que noN.G.

La candidata del sector crítico, Creu Camacho, fue elegida el sábado presidenta de ERC Barcelona, la federación más numerosa del partido. Flotaba en el ambiente si el partido debe entrar a gobernar con el alcalde socialista Jaume Collboni, motivo por el que el resultado ha significado un terremoto, amén de un traspié para Oriol Junqueras. Pero no es esa la cuestión que nos trae aquí, sino lo sucedido en el proceso de recogida de avales. Y es que la oficialista –y finalmente perdedora– Eva Baró había recabado bastantes más firmas de apoyo a su candidatura, de tal manera que muchos vaticinaron su victoria. Voces críticas lamentaron el exceso de presiones por parte del aparato para que la militancia estampara su rúbrica a favor de la hasta ahora presidenta.

En realidad, la cuestión es tan vieja como la política. En este tipo de procesos, los que manejan el cotarro tienen normalmente toda la ventaja a la hora de controlarlos, hasta el punto de obrar con intimidaciones varias, relacionadas habitualmente con las lentejas que debe llevar uno a casa a fin de mes. Pero la problemática trasciende el ámbito partidario y se extiende a infinidad de facetas de nuestro día a día. Tengo para mí que poca será la gente que en su vida no haya firmado manifiestos y peticiones públicas con las que no se estaba de acuerdo, solo por evitar situaciones desagradables, que van desde la mirada acusatoria al vacío social, pasando por rapapolvos de distinta intensidad.

Es por ello por lo que, cuando las personas tienen cierta libertad para votar en conciencia –o sea, en secreto–, saltan a veces las sorpresas, y los resultados no se corresponden con lo que parecía flotar en el ambiente. Conocemos, por ejemplo, consultas en las que la opción perdedora en las urnas ha tenido menos votos que las firmas recabadas previamente para la causa. En el fondo nos encontramos ante una triste realidad: cuando alguien se nos acerca con un bolígrafo, nos cuesta, y mucho, decir que no. Por la cuenta que nos trae.