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De Erro a Vargas Llosa

Nos encontramos ante un debate eterno, que ha cobrado fuerza ahora a raíz de la muerte de Mario Vargas Llosas

De Erro a Vargas LlosaN.G.

En su último libro (Euskaldun Fededun), citando a Josep Fontana, Pruden Gartzia nos habla acerca de Juan Bautista Erro, escritor y apologista del euskera, pero también nefasto político y paladín de la represión en tiempos del rey español Fernando VII. Se pregunta el historiador oñatiarra si el hecho de que Erro defendiera nuestra lengua justifica la indulgencia ante otras facetas de la vida del de Andoain. En el mismo libro cita también Gartzia a Salbatore Mitxelena, quien eligió la figura Miguel de Unamuno para uno de sus ensayos (Unamuno ta Abendats, publicado en 1958). Consciente de las antipatías que despertaba el bilbaíno entre amplios sectores debido a sus opiniones en torno al euskera, el franciscano de Zarautz se adelantó a explicar con tino su elección, tildando además de integristas a quienes previsiblemente le vendrían con reproches.

En realidad nos encontramos ante un debate eterno, que ha cobrado fuerza ahora a raíz de la muerte de Mario Vargas Llosas. Nos preguntamos frecuentemente si es posible –y deseable– disociar la vida del creador de su obra. Si consumir –y aplaudir– libros, discos, filmes y demás supone apoyar en otras facetas biográficas a sus hacedores. Como estamos inmersos en la llamada cultura de la cancelación, parece obvio que se impone la tesis de quienes meten todo, vida y obra, en el mismo saco.

Pero da la sensación de que nuestra postura sobre la cuestión varía totalmente en función de la ideología de la persona objeto de cancelación, lo cual no nos hace muy coherentes. No es menos cierto que tampoco atinan en exceso quienes exigen similar respuesta ante grandes fechorías de ciertos artistas y ante meras discrepancias ideológicas, por muy grandes que estas sean. En realidad, cada uno de nosotros se pasa la vida cancelando para sí, y tal vez sea esa la mejor opción: ser fieles en cada caso a nuestro propio criterio y no sucumbir ante la presión de una masa que aspira a decidir por nosotros, eximiéndonos de pensar.