Sabino Arana Fundazioa nos informaba este martes acerca del aniversario del fusilamiento de catorce presos en Santoña, entre ellos el alcalde de Deba, Polentzi Markiegi. Hablo con su sobrina oñatiarra, Arantza Arrazola Markiegi, y me invita a su casa a tomar un café. Entrañable cita en la que me enseña una foto de 1934 de las hijas y sobrinos de este gran hombre, en cuyo reverso firma, unas horas antes de ser asesinado, una emotiva despedida a todos ellos, en la que les envía el último beso en este mundo: “ludi onetako azken muxua emen eman dizuet”. Me promete la amiga Arantza que en mi próxima visita me enseñará otra serie de cartas que guarda como oro en paño.
No menos conmovedores son los poemas que el sacerdote y escritor Peli Markiegi dedicó a sus hermanos Polentzi y Joseba de cuando se enteró del fusilamiento de ambos. Porque este otro hermano, también sacerdote y escritor, fue acribillado en Oiartzun por amar a Euzkadi (permítaseme la licencia ortográfica), a su cultura, a su lengua. Pero con todo, el texto más sobrecogedor de todo aquel drama fue el que el alcalde dedicó antes de morir a su mujer Maritxu Garate y sus hijas Itziartxo, Lore y Nekane: “Ni banua, eta zuek gelditzen zerate, zintzo bada… Gure odol au ez da alperrik izango”.
Me cuenta Arantza que Nekane acaba de fallecer en la Argentina, lugar adonde Polentzi envió desde Iparralde a su familia. Él también pudo haber salido, pero decidió regresar a servir a su patria. Entre recuerdo y recuerdo, me manifiesta su preocupación de que nadie en Deba se haya enterado de la muerte de su prima, que solo volvió a su tierra en un par de ocasiones. Deba, por cierto, un pueblo que siempre ha honrado la memoria de aquel gran alcalde. Le contesto que las columnas son también para esto, que es para mí un honor dedicar la mía de hoy a Nekane y a todas las personas como ella que, víctimas de la barbarie, tuvieron que reconstruir su vida muy lejos. Afortunadamente, quedan todavía Arantzas que alzan la voz contra la desmemoria.