Ya que de lo más importante de Catalunya se están ocupando otras voces en este diario, traigo a colación un tema en principio menor, pero que ilustra perfectamente lo que significa en política establecer líneas rojas que terminan siendo un tiro por la culata. Recordemos que uno de los detonantes de la convocatoria electoral fue el desacuerdo presupuestario de ERC con los Comuns en torno al macrocomplejo turístico Hard Rock de Tarragona. Lo cierto es que tampoco los republicanos son, en principio, partidarios de un proyecto que dudan además que se materialice; pero en el pulso que mantenían, los de Jéssica Albiach le exigían al Govern decisiones de dudosa legalidad, como la elaboración de informes en determinado sentido y la paralización de algunos trámites.

Tanto los Comuns como la CUP hicieron bandera de la cuestión durante la campaña. El resultado ha sido demoledor. Ambos han perdido la representación que tenían en Tarragona. En Salou y Vila-seca, municipios afectados por el plan, las urnas han sido aún más crueles para ellos. En consecuencia, la posición de los diputados de la provincia es ahora abrumadoramente favorable al proyecto: solo los 3 representantes de ERC se oponen. O se oponían. Los Comuns imploran gobernar con el PSC, partido acérrimo defensor de la causa casino-hotelera. Si lo logran, no parece que puedan establecer ahora veto alguno al respecto. La jugada les ha salido maestra, permítaseme la ironía.

El macrocomplejo en sí causa cierto vértigo, debemos reconocerlo. No se trata aquí de discutir el derecho de los partidos a oponerse a un proyecto, a pelear por su cancelación. Es más, esa es su obligación. Pero en la política, también en la política, los órdagos hay que darlos, a ser posible, con cartas. La decisiones deben ser más pausadas; las consecuencias de los actos, mejor deliberadas. Sirva también la reflexión para quien convocó las elecciones. Otro órdago sin cartas; otra jugada maestra.