Me recitaba ayer el admirado Jerardo Elortza una canción que aprendió de niño en la escuela con motivo del levantamiento madrileño del 2 de mayo de 1808. La verdad es que a la mayoría de nosotros todo aquello nos queda muy lejos y (Manuela) Malasaña ha pasado a ser el nombre de un barrio parrandero de la capital española. Es por ello por lo que no debe extrañar que nos importe un pimiento la surrealista guerra de protocolos sucedida allá el martes entre ayusistas y sanchistas, representados los primeros por la jefa de protocolo de la presidenta y los segundos por un ministro obligado a hacer un patético papelón.

Diría uno que, casi por inercia, nos inclinaríamos mayoritariamente a simpatizar más con la causa de estos últimos si su actor principal, de nombre Félix Bolaños, no hubiera pasado unos días antes por Gernika despreciando a las instituciones vascas de manera escandalosa. Ana Otadui, presidenta de las Juntas Generales de Bizkaia, se enteró por la prensa de que el edificio que alberga su institución sería declarado lugar de la Memoria, lo cual ya es grave. Pero que ello sucediera 24 horas después de la visita de este ministro jeta a la villa foral, da muestras de su falta de escrúpulos. Visto lo cual, resulta imposible que empaticemos con él, por mucho que el facherío madrileño le cerrara el paso a un palco.

Iniciada la Guerra Civil española, hubo dirigentes nacionalistas vascos que abogaron por no entrar en una contienda que consideraban que no era la suya. Como debía ser, Agirre, Ajuriagerra, Irujo, Landaburu y muchos más optaron por lo contrario. Afortunadamente, no nos encontramos –ni por asomo– en aquellas circunstancias y los partidos vascos continúan en Madrid arrimando el hombro en todo aquello que consideran necesario. Pero harían bien en no tomar partido en estos sainetes tragicómicos como el de anteayer. Y es que hay cuestiones, demasiadas cuestiones, en las que unos y otros son iguales. Igual de imbéciles.