A nadie se le oculta que la pelota vasca no vive sus mejores tiempos en ninguna de las modalidades. Cuadros cortos, carteleras menguadas y frontones no excesivamente poblados, cuando no desangelados. Obviamente, siempre hay excepciones: campeonatos concretos, fechas señaladas, duelos que levantan expectación. Y luego está lo del Labrit de Iruñea, un frontón con grandes entradas casi todos los sábados, muchísima gente joven y un impresionante ambiente festivo. Se trata de un proceso natural, ya que todo en la vida cambia, también la manera de vivir los acontecimientos deportivos.

Dicho así parece una magnífica noticia. Pero comienzan a emerger voces preocupadas por lo que allá se vive. Los insultos y las faltas de respeto tanto a los pelotaris como al juego en general son cada vez más habituales, para desesperación del pelotazale clásico, que observa desconcertado un espectáculo que cada vez le agrada menos. Uno de ellos, además exfederativo, nos afirmó en una ocasión que si nos pusiéramos a la salida preguntando a esta efervescente hinchada quiénes habían jugado y el resultado exacto del estelar –no digamos nada del resto de los partidos– la mayoría no sabría contestar correctamente. Creo que tenía razón.

La cuestión guarda cierto paralelismo con lo que sucede los fines de semana de la temporada de txotx en nuestros pueblos sidreros. Hernani presentó la semana pasada una campaña de sensibilización en un acto en el que el alcalde, Xabier Lertxundi, realizó un llamamiento a la responsabilidad para evitar los actos incívicos de toda índole que se producen con asiduidad. No sabe uno si es necesaria alguna actuación similar en los frontones, uno más bien cree que no. Pero no estaría de más que entre todos encontráramos la tecla para que esta nueva hornada comprenda que el bullicio y la juerga no son incompatibles con un seguimiento más respetuoso del partido. Parece sencillo, tampoco estamos pidiendo el regreso del Ángelus.