Anda la izquierda española excitada por la caída de Liz Truss en el Reino Unido. Piensa haber encontrado –no sin parte de razón– un filón para arremeter contra Núñez Feijóo por proponer este un plan económico similar al de la efímera moradora del 10 de Downing Street. Dirigentes como Pilar Alegría insisten en señalar que las citadas recetas se han demostrado fallidas, que lo allá sucedido ha resultado un estrepitoso fracaso para la derecha. Enunciado así, resulta difícil rebatir tal argumento, ya que representa objetivamente lo que ha acontecido y hemos seguido al minuto. Conviene, sin embargo, que realicemos alguna precisión, cuya importancia no es menor.

En puridad, el plan de la dirigente tory nunca arrancó, falleció acto seguido de su anuncio. Y el derrumbe no lo produjo una revuelta social o una huelga general, ¡qué va!, fueron los mercados los que lo tumbaron. Especifiquemos: los mercados y una gran cuadrilla de traidores que vieron peligrar sus escaños, a pesar de que fueron ellos mismos los que auparon al poder a la defenestrada. Gusten o no las recetas propuestas –a mí no me gustaban– la verdad es que nunca sabremos qué habría sucedido con su aplicación. Es una buena noticia que decayeran, pero preocupa cómo sucedió todo.

Cierta izquierda asoma encantada con la sentencia dictada esta vez por los mercados, que ha hecho caer a una primera ministra de derechas. Pero que acepte de facto este marco resulta chocante, amén de cortoplacista, ya que a nadie se le oculta que se le volverá en contra y no tardará en asomarse de nuevo (recuérdese Grecia) como un bumerán. Definitivamente, el arbitrio de los mercados no puede ser como el VAR del fútbol, que nos parece bien o mal según resuelva a favor o en contra de nuestros intereses.