Ha sido noticia el paso de una horda de hunos por Donostia a cuenta de un partido de fútbol de competición europea, paso que ha dejado a media ciudad casi paralizada para que los hunos pudieran ser conducidos como reses bravas, alguna escuela que otra cerrada antes de tiempo y, ya en el campo, imágenes de los angelitos arrancando sillas y lanzándolas con violencia a las gradas donde estaban los aficionados de la Real Sociedad. Todo este asunto es profundamente estúpido y no sé, la verdad, en qué cabeza cabe que en el año de gracia de 2024, cuando se supone que la civilización hace tiempo que vino para quedarse, estemos aún en estas. No tiene sentido ninguno que porque 300 o 400 ultras de un equipo de fútbol belga quieran viajar a otra ciudad europea cuando al parecer no les permiten casi viajar en su propio país haya que destinar tal cantidad de recursos públicos y alterar la normal convivencia de una ciudad pacífica para satisfacer los deseos primarios de unos cuantos alcornoques. Va a hacer el año que viene 40 años de lo de Heysel y en Europa seguimos asistiendo casi cada semana a desplazamientos de ultras peligrosísimos que adquieren entradas para entrar en campos de fútbol y nadie parece querer ponerle el cascabel al gato y establecer una serie de restricciones de tal calibre que hagan que esta peña –y otra de igual índole– se tenga que quedar en su casa sin joder la parva en otra ciudad. Es una dictadura de lo ultra frente a la normalidad, donde en nombre de la libertad al que se encierra es al pacífico mientras al violento se le da carta blanca al menos de desplazamiento y asistencia. No sé cómo se puede diseñar una normativa que acabe con hechos así, pero urge, porque es vergonzoso que te vengan a tu propia ciudad a, si les dejas, arrasártela y para que no ocurra tengas que gastar una notable cantidad de recursos y alterar la vida de los contribuyentes.