algo que inquieta mucho de la invasión rusa de Ucrania desde que comenzó es que desde el momento en que se inició –y es una sensación que no me ha abandonado hasta ahora– no se le ve una salida. Me refiero también a una salida en la que Putin y Rusia acepten algo similar a una derrota o tan siquiera un empate. Quizás es la distorsión, la imposibilidad metafísica de meterte en las cabezas de personas así, pero desde fuera y hace mucho los veo incapaces de asumir algo que no sea vendible para su pueblo, que, no olvidemos, ha enviado a miles de rusos a la muerte, a una guerra que desde aquí se nos vende como algo que no va siquiera con la inmensa mayoría de los rusos. Que no digo que no sea la realidad o parte de la misma, sino que no tenemos la posibilidad de conocer la realidad, de si los rusos en su mayoría están deseando que esto acabe como acabe pero que acabe o están involucrados de verdad en la invasión. Por eso, que se les apriete tanto que finalmente acaben tan acorralados que cometan la última locura me atormenta de esto. Tampoco es que te quedes especialmente tranquilo cuando lees u oyes a algunos actores de la parte occidental, no crean, no crean que ha habido muchos mensajes intentando rebajar la tensión, al contrario, más bien avivando el fuego, sobre todo al inicio. El caso es que estamos a las puertas del invierno y la participación de Occidente en apoyo a Ucrania ha permitido a ésta resistir algo que inicialmente no parecía que iba a poder resistir y quién sabe lo que depararán las próximas semanas, tras unos días en los que al menos tanto la parte rusa como la occidental han lanzado mensajes algo más relajados sobre la amenaza nuclear, que pende desde finales de febrero sobre las cabezas de todos quienes piensen en el tema más de un minuto. De momento, por desgracia, parece que habrá que esperar a que la vía de la negociación se reabra de una vez. l