Somos muchas las personas que, desde las universidades, observamos el mundo, sus ciudades, territorios y comunidades, con (pre)ocupación. La calle es nuestro hábitat natural, nuestro ecosistema. Las aulas y los laboratorios que ocupamos recuerdan a olores, colores, paladares, texturas y sonidos de la realidad que intentamos comprender. Sus fonemas, noemas y algoritmos evocan problemas y necesidades colectivas. Y escudriñan soluciones a retos ajenos que también son propios.
Nuestra actividad intenta acercar la generación de conocimiento a una mejor comprensión de la realidad y la búsqueda de alternativas. Conscientes de las propias limitaciones, exploramos las reservas de conocimiento de colegas distribuidos por el mundo entero, sin prescindir del conocimiento, inteligencia y sabiduría presente en nuestra propia sociedad. Las buenas preguntas encuentran respuestas atinadas en los rincones más insospechados.
Nuestra tarea cotidiana se centra en la facilitación de aprendizajes –conocimientos, competencias y valores democráticos– que empoderen a los seres humanos a la hora de encarar mejor sus retos personales y colectivos. Buscamos las pedagogías más seductoras, a veces contraculturales, para llamar la atención de una sociedad intoxicada con medias verdades y datos interesados, encontrando personas intolerantes a la duda, como actitud en la vida, y a la pregunta, como método de progreso.
Nuestro devenir diario encuentra su sentido en la incidencia, en una innovación transformadora de los lugares en que vivimos. Las aulas y los laboratorios abren sus puertas y ventanas para encontrarnos en la calle con los problemas actuales y los retos de pasado mañana. El conocimiento acumulado y los aprendizajes adquiridos alcanzan su sentido en diálogo con la realidad que nos interpela sin descanso.
Pero, además, tenemos la responsabilidad añadida de posibilitar espacios de encuentro, reflexión, debate, diálogo, deliberación y consenso. Diría que tenemos la obligación de provocar silencios allá donde los gritos altisonantes y el ruido de fondo no nos permiten escuchar las voces de las personas descartadas y de los seres plenos de sentido común. Diría que tenemos la obligación de suscitar la conversación sobre aquellos temas críticos de los que se vocifera tanto, pero se argumenta tan poco, o en torno a aquellos cubiertos con un halo de silencio.
Muchas personas que formamos parte de esto que llaman universidades somos personas activas, implicadas y cómplices. La (pre)ocupación por el mundo en que vivimos nos lleva a la activación, a vivir nuestra tarea investigadora y docente con sentido de la corresponsabilidad. De igual manera que ambas nos arrastran a la implicación, haciendo calle de nuestras aulas y laboratorios. Pero, sobre todo, somos cómplices en la compleja tarea de la transformación necesaria, de la mano de instituciones públicas, empresas y entidades sociales.
Debido a nuestra vocación docente, no perdemos la esperanza de hacer cómplices de la (pre)ocupación a las ciudadanas y ciudadanos que nos rodean, a las personas que se sientan en las aulas, aquellas con las que compartimos laboratorios o con las que dialogamos caminando por las calles.
Hace una década, en la Universidad de Deusto, nació Deusto Cities Lab Katedra, con la finalidad de hacer de las ciudades lugares mejores para vivir. Fiel a la triple función universitaria de investigar, educar y transformar, la Cátedra ha pretendido contribuir al bienestar y bienser de las personas que viven en ciudades, territorios y comunidades. Y para ello ha considerado indispensable que las personas, anónimas y referentes, se hagan conscientes del mundo que habitan, se activen y se impliquen en su transformación y se conviertan en cómplices de un futuro mejor.
La Cátedra, a lo largo de esta década, ha intentado enriquecer la reflexión y posibilitar el diálogo, profundizando en el conocimiento y aprendiendo con otras personas y transformando la realidad junto a otras organizaciones. Queda mucho camino por recorrer. Pero, cualquier tiempo futuro será mejor, si nos lo proponemos como causa común y tarea compartida.