El domingo hay elecciones. Sí, otra vez a votar. Esta vez nos citamos con las urnas para elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. Y la campaña, aunque cueste creerlo, no ha consistido sólo en los reproches de algunos sobre las actividades de la mujer de Sánchez y la respuesta de otros sobre el fango de los pupilos de Feijóo. Por suerte, también ha habido campaña de la de verdad, la de hacer propuestas y presentar programas. Y es ahí donde hemos podido escuchar una de las frases que más se ha repetido: “fulanito va a ir a Europa a defender tal tema o a impulsar tal proyecto”.

Ir a Europa, dicen. Y es que si Europa es ese lugar al que debemos ir ¿Dónde vivimos? Debemos hablar con propiedad. Alguno podría pensar que éste es un asunto sin demasiada importancia, que únicamente tiene un componente semántico, que no es más que una forma de hablar y que, posiblemente, la razón sea lo lejos que nos quedan las sedes del Parlamento Europeo: Bruselas y Estrasburgo.

Creo que es algo que va mucho más allá de lo semántico o lo geográfico y da muestra de la forma en la que vemos las instituciones europeas. Ir a Europa. Como si Europa fuese un ente totalmente ajeno, al que no pertenecemos; como si la política europea fuera la fiesta que otros han organizado y a la que si asistimos es porque alguien, en un acto lleno de generosidad, ha decidido invitarnos. Y, claro, quien ha sido invitado a una fiesta por casualidad no se va a atrever a pedirle al DJ una canción ni, mucho menos, a marcar el ritmo del baile. Es por ello que Euskadi no debe ir a Europa. Euskadi debe tener voz y representación en las instituciones europeas. Y no sólo para defender los intereses vascos, que también; sino para seguir participando en la construcción europea. Porque no vamos a Europa, formamos parte de Europa. O, mejor dicho, somos Europa.