La campaña electoral catalana arrancó anoche para unas elecciones que el 12 de mayo pueden no clarificar un panorama de mayor estabilidad en el país ni en el Estado. En primer lugar, la convocatoria anticipada decidida por Pere Aragonès fue su respuesta inesperada a las dificultades para acordar mayorías. Un Gobierno en solitario de ERC, con 33 de 135 escaños en el Parlament, mantenía a los republicanos dependiendo de acuerdos con las fuerzas soberanistas, principalmente, para alcanzar la estabilidad. El antagonismo con Junts per Catalunya (JxCat) frustró muy pronto ese escenario y el acercamiento al PSC sacó al soberanismo radical de la CUP de la ecuación. Ahora, los factores de estabilidad que se van a tener que concretar dibujan un panorama completamente diferente. Los sondeos apuntan a una victoria clara de Salvador Illa, pero los socialistas seguirían lejos de una mayoría absoluta que no alcanzarían con su socio en Madrid, Comuns-Sumar, pero tampoco con ERC en solitario. Sería preciso el concierto de las tres fuerzas para garantizar un gobierno estable. Igualmente, el voto soberanista tampoco sumaría por sí solo una mayoría suficiente, incluso si se restablecieran puentes de confianza entre Esquerra y Junts. En esas circunstancias, la eventualidad de una reedición de un tripartito liderado por el PSC estará sobre la mesa del debate electoral pero es un discurso que incomoda a ERC y amenaza con consolidar su pérdida del liderazgo soberanista. Las interconexiones con el Estado son también un contexto electoral para Catalunya. Incomoda el arranque de campaña con el protagonismo enfocado a Pedro Sánchez y su futuro y la eventualidad de que los partidos catalanes se vieran empujados a ratificar o retirar su apoyo al presidente español con una moción de confianza. Asimismo, las consecuencias de un determinado resultado –la materialización como acuerdo de gobernabilidad del consenso PSC-ERC que ya se dio en el frustrado último presupuesto– podrían traducirse en una reacción de JxCat en Madrid, dejando en inestabilidad permanente a Pedro Sánchez. Todas estas variables se añaden a las constantes de la aprobación de la amnistía a los acusados por el procés –con Carles Puigdemont a la cabeza– y a la propia pulsión independentista, ahora adormecida.